Un hombre enamorado. Karl Ove Knausgard

Creo que llegué a Knausgard cuando leí alguna reseña en internet que hablaba del escritor del momento, del fenómeno literario de los países escandinavos, de una obra monumental, de "Mi lucha" -como Hitler-, del Proust de los tiempos actuales. Algún día vi en la biblioteca del Banco de la República de Manizales su libro, el primer tomo de la serie, titulado "La muerte del padre". Vi esa portada en la que aparece una foto familiar de los setentas y de inmediato me sentí conmovido. Mientras buscaba maneras de alargar mis días para no tener que volver a la casa y recordar que estaba desempleado, tomé el libro de la estantería y listo... amor a primera vista. Lo que me interesó de inmediato fueron esos discursos que aparecen de vez en cuando en los que Knausgard toma una postura filosófica sobre algo, sobre la inutilidad de la sociología, por ejemplo, sobre la muerte, sobre cosas que a mí siempre me han resultado muy relevantes de analizar en esos términos cercanos a la tradición de la Teoría Crítica. Probablemente eso sea aburrido para los más literatos, pero a mí me da una sensación de profundidad que muchas veces me cuesta encontrar solo en los diálogos; por eso es que me siento más cercano al realismo, pues desde Balzac esas moralizaciones o metadiscursos le han dado un componente filosófico a la novela que, en mi caso, me resulta fundamental para sentir que voy rastreando algo nuevo.
Aunque esa fue la manera en que la obra me atrajo en un comienzo, el personaje del narrador ha resultado ser un significante vacío que en cada página parecía poder llenarse con mis propios recuerdos. Creo que ahí está la particularidad de Knausgard: es capaz de crear un vínculo de identificación muy sólido con el lector. Las descripciones minuciosas de lo más cotidiano y banal, el flujo de conciencia de un individuo atormentado, la explicitación de la hipocresía que media en la mayoría de vínculos intersubjetivos son rasgos de este autor asimilables por un determinado grupo de "gente de la cultura" (utilizo su propia expresión). Y bueno, la verdad, tampoco es que se trate de un uso exclusivo de esta clase social, pues, en Knausgard la escritura literaria se convierte en una experiencia de vida de cualquiera, es una escritura que derrumba las tradicionales distinciones miméticas entre lo bajo y lo alto, lo que se debe decir y lo que no, las formas apropiadas o las estructuraciones adecuadas. Veo y siento a Knausgard como un antiplatónico total, un heredero de Nietzsche y la puesta en práctica de todo lo que decía Deleuze acerca de la literatura y la vida: "no se escribe para hacer ver un yo a los demás, se escribe para dar cuenta de una vida, es decir, de la vida de todos, de la vida de toda la historia de la humanidad" (parafraseo propio de "La literatura y la vida" y de "La Inmanencia: una vida").
Ahora he leído el segundo tomo de la obra, Un hombre enamorado, Mi Lucha: II, 2007) y lo que me ha quedado en esta ocasión ha sido una doble sensación de identificación subjetiva y personal y de creencia en la capacidad liberadora del arte. Por un lado, el narrador es de nuevo lo más llamativo, esta vez porque aparece en una situación de absoluta vulnerabilidad ante las diversas mujeres que rodean su vida: su novia, sus hijas, su madre, una vecina loca. Pero no quiere decir esto que se trate de una contraposición entre hombres-mujeres, sino que dentro de la cultura occidental esta dicotomía representa lo desconocido, lo incomprendido, lo absurdo y, por supuesto, también lo absoluto, es decir, la incomprensión del goce del otro. Hay rasgos políticos muy interesantes que se refieren a la racionalización excesiva de la vida en Suecia (dato curioso: hay una mención a Sudamérica cuando el narrador busca a Buenos Aires en Google Earth). Además, muestra esa tensión tan tradicional entre el acto creativo y "el amor", no solo como la contradicción de dos ámbitos que exigen condiciones divergentes, sino como un complemento indispensable que se sintetiza en el acto de afirmación de la vida, "quiero vivir" es lo que dice en repetidas ocasiones. En el centro de todo se encuentra la afirmación de la vida por medio del arte, incluso cuando los problemas para el despliegue del acto creativo se refieren a apuestas por personas individuales que representan el amor conyugal. Son las rupturas, los momentos de crisis en la convivencia con la pareja, la trivialidad del día a día de criar a las hijas, las que se constituyen en el impulso mismo del acto creativo. Como escritor, Knausgard quiere decir que su identidad es la convergencia de esas personas que han pasado por su vida, no solo su esposa, sino las novias del pasado, aquella primera vez de un beso mientras escuchaba "The Power of Love", o el enamoramiento y extrañamiento vivido en el tiempo pasado con aquella novia tan complaciente.
Algo que puede resultar poco llamativo es que hay páginas en las que se nota ese ánimo de responsabilizar a la sociedad, a los padres, por algún tipo de sufrimiento individual, lo que supondría entender la escritura como un acto de reconciliación con esas figuras. Este tipo de enfrentamiento con la realidad puede suponer la necesidad de narrar un entramado de final feliz como el telos mismo de la escritura. Eso da náuseas de solo pensarlo. Pero creo que Knausgard sabe librarse de eso, precisamente, porque en su vida tomó la opción de convertirlo todo en literatura, cada aspecto de su vida la convirtió en objeto de narración, y es por eso que puede salirse de los moldes preestablecidos en los que lo narrable solo puede abarcar aquello que resulte interesante o digno de admiración para los demás. Para Knausgard la literatura es la vida misma en la que a través del tiempo y el recorrido de los espacios, la creación de relaciones y la construcción de una memoria se configura una identidad.
El centro de este tomo es, sin duda, la relación con Linda. Desde la primera vez que se ven, pasando por el enamoramiento y la felicidad, hasta llegar al día a día de la convivencia en el que aparecen los problemas más nimios que siempre llevan a algún tipo de resolución definitiva por parte del narrador ("La voy a dejar"). La historia comienza en el presente, detallando las vicisitudes por las que debe pasar una pareja que tiene tres hijos. Problemas de tiempo, de sueños frustrados, de sensación de injusticia en cuanto a la responsabilidad a la hora de asumir las tareas del hogar, acerca de las relaciones con otra gente de edades similares que ya no tienen tiempo más que para hacer dinero y cuidar a sus pequeños. Después se remonta a la época de los veintes de cada uno en la que Linda y Karl Ove se conocieron, mostrando los momentos que resultaron importantes en esa relación, en especial, el nacimiento de los niños, hasta llegar al presente en el que se había iniciado toda la historia. Se da una vuelta por esos momentos prístinos de la relación en los que dos jóvenes que compartían una visión de la vida sienten que son el uno para el otro, en los que el extrañamiento de intentar acercarse a un otro desconocido termina por enriquecer permanentemente la imagen amorosa que se recrea en la mente hacia esa persona, que sin explicación alguna posible, ha terminado por transformar la vida de uno, se ha convertido en uno mismo. Pero es ahí cuando aparece el extrañamiento mayor: no entender cómo y por qué ese origen absolutamente maravilloso ha seguido un camino para convertirse en el presente en una serie de reclamos, insatisfacciones y sensaciones agobiantes de que ese otro, esa persona que fuera extraordinaria, ahora se convierte en la principal negación de la propia vida que se quiere llevar. La mayor parte de las páginas se centran en el día a día del comienzo de la relación, enfocándose en el nacimiento de la primera hija, Vanja, que terminará por ser un giro, un desahogo, una revitalización de una relación que venía en decadencia y que había transformado la comprensión amorosa por el reclamo culpabilizante.
En la novela también hay un espacio amplio para los diálogos que Karl Ove mantiene con su amigo Geir, quien es como el lado absolutamente racional de la vida moderna. Sin sentimientos, solo razón, Geir, termina por estar en lo correcto. Esto lo entiendo como una clara apuesta por la racionalización como manera de solucionar los problemas del exceso de racionalización. El amor, en este sentido, tiene que convertirse diacrónicamente en capacidad de renuncia y en aceptación de la diferencia, puesto que de lo contrario la única explicación posible de la perseverancia en un mismo sufrimiento diario, de un amor no correspondido o frustrado, es la crueldad y el egoísmo.
En la novela también se dedica una gran parte a tratar el problema de la imagen que el autor quiere transmitir a los lectores y espectadores. Se detiene en más de una ocasión en detallar las tonterías por las que debe pasar un autor que comienza a consagrarse (conferencias, entrevistas, poses). El punto de vista del narrador es que los premios, los honores, todo eso es algo deshonroso para el oficio de escribir; aunque, no obstante, por compromisos editoriales es obligatorio cumplir con lo que se encuentra por fuera del acto de escribir. En este punto, Knausgard, asume una postura de escritor desterrado que no se reconoce en ningún tipo de escenario de consagración, y que más bien opta por la irreverencia, la ironía, para referirse a todo lo relacionado con el campo de la literatura. Su postura es que la escritura es autosuficiente, y que por ende, todo lo demás es ficticio, pose, espectáculo que no garantiza la calidad de la obra. En este punto, claramente, es un autor clásico en el sentido de que asume la postura literaria de hacerse ver como un rebelde, algo que desde siempre ha acompañado al ejercicio de la escritura. Siempre han existido los rebeldes, y en muchos casos, son los que alimentan de mejor manera las arcas de las editoriales (recuerdo a un Bukowski, por ejemplo).
El enamoramiento ocurre cuando el narrador es capaz de desprenderse de todos sus prejuicios y se deja llevar simplemente por el fluir de la intersubjetividad sin reparos, solo apreciando y disfrutando. Pero ahí el enamoramiento toma la forma de la felicidad que le hace recordar los días en que se sentía único en razón del destino que la vida le había ofrecido la vida. Pero a medida que pasa el tiempo el enamoramiento se convierte en un problema, debido a que se pierde la autonomía. Las decisiones en torno al propio deseo y lo que se considera como la propia autorrealización no surgen ya desde la absoluta soberanía sobre uno mismo, sino por la mediación con otro ser humano que parece no comprender la radical diferencia y singularidad que caracteriza cada vida. El problema que propone Knausgard es el de que el acto creativo exige autonomía absoluta: si se es escritor no es posible permitir que nada decida antes que el impulso creativo en torno a lo que se va a vivir y lo que se puede escribir. El escritor debe tener su propio mundo, ideado por él, en el que solo vive él, en el que el otro se convierte en material de escritura por el hecho de que no es él o ella, sino uno mismo. Si un otro pretende reorganizar ese mundo, entonces, lo que se debe hacer es la huida, el escape de salvación. En esto va la primera parte de la obra: cómo llega el amor y cómo la persona que provocó ese mismo amor se convierte en una carga pesada para seguir en el trabajo diario de la construcción de una identidad.
"La puse verde, le grité diciéndole lo horrible que era, que lo único que le interesaba era ponerme límites, impedimentos, tenerme tan atado como fuera posible" (p.277).
Esta situación cambia cuando nace la primera hija. El narrador se da cuenta de que el sentido de su vida viene dado por el acto absoluto de donarse, ese gesto convierte a su pareja, en consecuencia, en una compañera de resguardo para la felicidad, más que en una amenaza para la propia autorrealización. Sin embargo, cuando vuelve la monotonía, Linda, se convierte para Karl Ove en una frustración, porque ella es incapaz de asumir la responsabilidad de afirmar la libertad que debe tener cada uno; ella apuesta por una vida en pareja en la que el otro se consume en el deseo de responder a ciertas exigencias que la política y la cultura imponen. Pero de nuevo es la hija, y después las hijas, las que reconfortan la situación. Así, el enamoramiento ha evolucionado: de la sonrisa de Linda en sus veintes, ha pasado a los destellos nimios e insignificantes que aparecen solo a los ojos del narrador cuando comparte cualquier actividad cotidiana con sus hijas, como un baño en la tina mientras tiene un brazo roto y las niñas intentan ayudarlo. Pero no se quiere decir que de lo que se trata es de culpar al otro por frenar el impulso propio, sino de reconocer en las imposibilidades que una relación constituye en sí misma, los límites que deben ser superados por la propia identidad de quien busca convertirse en una voz impersonal y nunca asimilable a lo ya existente.
En "Un hombre enamorado" no se va a decir algo diferente en torno al amor, no hay ninguna novedad por ese lado, ciertamente. Solo se dice del amor que es lo mismo de siempre: el ímpetu por ser nadie, por disolverse en la vida, por pasar como un cero por la existencia, por ser invisible, por donarse, por fluir con la vida sin ninguna identidad definida. Es la búsqueda de la paz dentro de una existencia que no logra encontrar lo propio en ningún lugar, que no asume ningún lenguaje, que no logra conectar con ninguna persona, que no siente pena por la muerte de la madre. Es por eso que los libros y la escritura son el puente del enamoramiento:
"...y no había nada que me pudiera aportar paz, excepto los libros, con sus otros lugares, otros tiempos y otras personas, en los que yo no era nadie y nadie era yo" (p.477).
Frente a un padre que siempre decidió irse del lado de Karl Ove, frente a una madre incapaz de expresar sus sentimientos, frente a una amistad que solo se define por el uso de la racionalidad individualista; pero igualmente, y para complementar una vida escéptica en torno al amor: frente a la búsqueda de escapes permanentes a través del alcohol. Y por supuesto, frente a la necesidad de hacerse daño a sí mismo con un vidrio en el rostro; y muy especialmente, frente a la imposibilidad de olvidar todo tipo de ausencias, Karl Ove Knausgard, vio en Linda la obligación de repetir el abandono que define la historia de una sociedad y de su vida, pero también la posibilidad de redimir a esa misma sociedad, que confluye en el rostro ingenuo y expectante de sus hijas a través de ofrecer gratuitamente el amor, es decir, siendo capaz de decir más o diez veinte veces en todo el libro: "quiero vivir". Al mismo tiempo, esas ganas por la vida -se siente así al leerlo- era lo que él siempre le quería transmitir a Linda de la manera más profunda posible.
PS: Como se supo por los medios, en el año 2016 Linda Bostrom y Karl Ove tomaron la decisión de separarse. En ese momento, es decir, en los últimos años, ella ha hecho una obra propia dentro de la poesía y la novela. Es posible que solo tras esa separación haya logrado encontrar esa voz que en el pasado, cuando estudió con el propio Knausgard en Bergen creación literaria, creía tener pero que con el paso del tiempo y la ubicación en algunos lugares que pensó que debía ocupar, fue despareciendo. Por otra parte, en "Un hombre enamorado" se puso en evidencia el problema de depresión (específicamente, bipolar) que padecía Linda, al igual que sus intentos de suicidio, y cómo esto fue lo que afectó profundamente su relación. En una entrevista ella dice lo siguiente:
"It took a long time for both Karl Owe and me to understand that I got sick. It's a terrible thing but the terrible thing is that it happened. I decided to never relax, because I have children and I always have to be here for. But then it happened, and it was possible to save it, we succeeded".
Nos tomó mucho tiempo a Karl Ove y a mí entender que yo estaba enferma. Es algo terrible, pero lo terrible es que estaba ocurriendo. Decidí nunca relajarme, porque tengo unas hijas y sé que siempre debo estar ahí por ellas. Pero pasó, y fue posible superarlo, lo logramos.
A su vez, dice ella en una entrevista reciente para The Guardian (2020), este problema mental fue lo que la llevó a a la escritura, pues, tras recibir incluso choques eléctricos en el hospital mental, simplemente, pensó que no podía dejar de hacer lo que había entendido como su propio destino. Cuando le preguntan por la obra de Knausgard, a ella se le nota el desagrado y una especie de odio que siente, porque en este libro es descripta como una mujer inconsciente de su rol como madre y esposa, y como una histérica. Cuestiona la manera en que Karl Ove retrata a la mujer, como si todo se redujera a lo molestas que llegan a ser, lo impredecibles, lo explosivas, pero olvidando la diferencia, los límites que impone el propio hombre a la creación, la existencia de una sensibilidad que no pasa por el deseo del éxito o la admiración.
Hace unos dos años, por otra parte, vi en alguna página que Knausgard se había vuelto enamorar de una mujer un poco más joven que él y que "sentía haber encontrado la felicidad".