Serotonina - Michel Houellebecq

12.04.2020

Michel Houllebecq (1956)... ¿Qué decir? Es un gran escritor; eso sin duda. Desde que leí El mapa y el territorio (2010) hace unos cuatro o cinco años sentí que esa voz era muy cercana a mí. Con este escritor he tenido una identificación muy particular. Hay veces siento que leo una línea que es como una sensación que tuve hace unos años, o algo que me pasó por la mente en un momento y lo reprimí. No soy imparcial a la hora de hablar de Houellebecq; de entrada voy parcializado y la objetividad se va cambiando por un asentimiento sumiso frente a alguien que considero ser uno de esos personajes de los que decía Deleuze -cuando se refería a Spinoza- que "han visto algo más".

Dar en el blanco en torno a la hipocresía de las ideologías que nuestro época ha adoptado como valor de cambio (ecologismo, feminismo, pluralismo, colonialismo, vegetarianismo, y en especial, el humanitarismo) es algo que tal vez ningún otro autor es capaz de dejar en la escritura de una manera tan magistral como este soberbio iconoclasta. Las ideologías han sustituido al trabajo investigativo, y normalmente en vez de la constatación, el estudio y el argumento se impone una voluntad de poder enmascarada en la defensa de los excluidos, las víctimas, las minorías. No se acepta el cuestionamiento y solo se impone como la única posibilidad para la humanidad el ser progresista. Es ahí donde apunta este libro; por eso, no hay que entender ese pasaje en el que dice que se arrepiente de matar a la novia puesto que cometería un "feminicidio" y que el solo hecho de pensar en la palabra le da risa porque suena a insecticida, como un acto demencial e irracional, sino como una invitación a cuestionar los fundamentos de ese "sentido común" actual que se acerca cada vez más al totalitarismo en la medida en que no acepta un otro ni un afuera que lo cuestione. Es fácil decir que Houellebecq es conservador; es más difícil ver las fisuras que señala en la condición actual de la lucha por los derechos de los invisibles e incontados.

Serotonina (2019), o sea, lo que le falta al que se deprime, al que no le encuentra sentido a esto, al que no ve alternativas diferentes al simple goce estúpido de la carnalidad animal, es el título del libro. Se trata de un hombre de 46 años que va retornando sobre sus pasos,  y en ese camino va desmantelando la naturaleza contingente de todos los vínculos que han tenido algún significado para él. Digo "contingente" porque detrás de toda actividad intersubjetiva no se esconden ni valores ni verdades, sino solo el vacío de lidiar con una existencia que para todos es insoportable. Nos habla de una novia japonesa que termina haciendo porno zoofílico, descubierta en su actividad clandestina, precisamente, en el momento en que él ya no la soportaba para nada. Ahí emprende un cambio. El cambio es lograr por un instante trascendente acostarse con esa teenager que vio en una gasolinera en España para olvidar los rostros demacrados y tristes del resto de mujeres que tienen más o menos su edad. El sexo oral será el vínculo más profundo que pueda llegar a establecer con las amigas del pasado y con las que va conociendo. Tener un Merces Benz lujoso no causa sentimiento de culpa, sino que se trata de un acto natural de poder que realiza el que tiene el dinero. Las pastillas que toma para inhibir la serotonina lo han dejado impotente (¡hay que experimentar eso para entenderlo!), así que decide preocuparse por otro tipo de cosas. En algún momento evoca la imagen de una amiga danesa que parecía ser la realización de un ideal romántico, pero solo sirve este recuerdo para reafirmar lo que es desde el comienzo evidente: es un fracasado: "Dios había decidido por mí, pero yo era, en realidad era y siempre había sido, un gallina inconsistente, y a mis cuarenta y seis años nunca había sido capaz de controlar mi propia vida, en fin, parecía muy verosímil que la segunda parte de mi existencia solo sería, a semejanza de la primera, un fláccido y doloroso derrumbamiento"(p.9). 

¿Pesimista? Pues se ha declarado seguidor de Schopenhauer con un libro que le dedicó hace un par de años. Tal vez lo sea. Pero no por el hecho de que en el libro se muestre la pornografía infantil como algo que se encuentra al nivel de una presentación del Circo del Sol, tampoco porque tener una escopeta y matar animales por pasar el rato sea lo único auténtico en la vida, sino tal vez porque Houellebecq en este libro habla de la imposibilidad del amor.

Pero eso más que un pesimista lo hace un romántico de nuestros días. Es el amor el tema del que se ocupa acá, pero el amor en ese sentido que se encuentra lejos del cristianismo y de la filosofía, es el amor del coño de una mujer joven, de sentirlo, el amor de tener sexo anal con quien también lo disfruta, el amor simplemente estar en silencio y reírse de un amigo que se encuentra al borde del suicidio. Se trata de un amor que no da la felicidad porque como lo dice: "Ya nadie será feliz en Occidente, hoy debemos considerar la felicidad como un ensueño antiguo, pura y simplemente no se dan las condiciones históricas" (p.85). El amor no está. Podemos aspirar a tantearlo con las manos en una habitación oscura en la que no hay ningún objeto que sirva de referencia. Incluso la palabra solo es instrumento para perderlo: "porque la vocación de la palabra no es crear el amor, sino la división y el odio, la palabra separa a medida que se formula, mientras que un informe parloteo amoroso, semilinguístico, hablar a tu mujer o a tu hombre como se hablaría a un perro, genera las condiciones de un amor incondicional y duradero" (p.80). Tratar a la pareja linguísticamente como se trata al perro, con ese tono infantil y decirles " te amo" (lo he visto), claro, eso es el amor en su plena expresión. El amor tampoco se encuentra en la política: "...necesitaba amor en general pero en particular necesitaba un coño (...) qué podía proponerme la socialdemocracia, es evidente que nada, solo una perpetuación de la carencia, una invitación al olvido" (p.181).

El amor de Houellebecq se confunde con el propio tedio que es la condición de posibilidad de cualquier sentido. Es un amor que no encuentra ninguna positividad y que su única de manera de expresión es la falta de cualquier profundidad y trascendencia. No es el amor de los tiempos en que vivimos. Lo que vivimos es la carcajada que provoca la revelación de la nada que se encuentra detrás de nuestra solemnidad hacia el trabajo, el orden, los fines, los planes, el consumo, la verdad; en una palabra, lo que nos define es lo mismo en lo que se desperdicia toda vida que no conoce el amor. El amor para Houllebecq solo aparece cuando se entiende la propia vida como el gesto más propio de la ironía en que consiste ser parte de Occidente en el 2020:

"...es horrible y extraño pensar en todos esos hombres, en todas esas mujeres, que no tienen nada que contar, que no contemplan otro destino futuro que el disolverse en un vago continuum biológico y técnico (porque las cenizas son técnicas, incluso cuando están destinadas a servir de abono, hay que evaluar los índices de potasio y nitrógeno), en todos los que, en suma, han vivido una vida sin incidentes externos, y que la abandonan sin pensar, como se abandona un lugar de vacaciones simplemente correcto, sin tener pensado un destino posterior, solo con esa vaga intuición de que habría sido preferible no nacer, bueno, hablo de la mayoría de los hombres y las mujeres [de Occidente]" (p.154).

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