Stendhal - Rojo y negro

Acostumbrados a décadas de un pensamiento crítico que referenció las transformaciones en los grandes bloques históricos de poder, siempre es fácil pensar que es solo cuando se toma el Estado, cuando se cambia el modelo económico, o cuando se asesina al líder de carne y hueso, que estamos frente a un cambio de época. Considerada la primera gran novela realista de la historia, Rojo y negro (1830), proporciona un material narrativo para creer que es en el campo de lo sensible, en el lugar de las maneras en que nos representamos la experiencia -y no tanto en las explicaciones universalistas sobre lo que nos ha ocurrido-, que es posible encontrar los grandes cambios de la historia. En el caso de Stendhal (1783-1842), las transformaciones se refieren a un enfrentamiento del individuo de manera frontal contra las condiciones de clase; pero menos especulativamente, contra las configuraciones de los espacios, los tiempos, el lenguaje, que los aristócratas y los patricios le imponen a los plebeyos. Es cuando se trastoca esa lógica que encadena una causa con un efecto, proporcionada desde el privilegio que se le brinda a la vida de los grandes señores, que comienzan a surgir los grandes cambios de nuestras sociedades modernas. Stendhal en Rojo y Negro presenta toda la radiografía de los cambios que esa forma de ser (como diría Tocqueville) que conocemos como democracia, comenzó a implantar en la vida de la gente del mundo entero por la época del libro, pero que aún hoy sentimos -como si se tratara del fantasma que anunciaron Marx y Engels - en todo lo que ocurre en nuestro día a día, sin importar que no estamos en París, sino en la Colombia de Uribes, Duques, asesinatos selectivos, crímenes de Estado y niveles de pobreza propios de la época de Stendhal.
Es la historia de Julien Sorel, un personaje que realmente impacta y que -como me ha ocurrido a mí - jamás se olvida, porque está diseñado con tal capacidad de ser un tipo ideal perfecto, que según por lo que he leído (Auerbach) nunca más se ha podido lograr algo semejante. Sorel es un plebeyo, un pobre, es de provincia, solo se sabe la biblia de memoria en latín, pero sin saber el significado de lo que memorizó. De repente, un golpe de la suerte lo convierte en el preceptor de unos hijos de de aristócratas, los Renal. Julien es partidario de las ideas postrevolucionarias que comienzan a ver en los viejos aristócratas la lacra de la sociedad y los defensores de un estaus quo que impide la participación de todos los que se sienten capaces de hacerlo, es decir, los jóvenes como Julien. De manera que el joven Sorel solo cavila día a día, noche a noche, pensando en una estrategia para arruinar a esos parásitos de la vida como lo son los ricos. Es tímido, se siente ajeno en ese mundo de otros modales y otras expectativas, sin embargo, comienza a mimetizarse y a asumir su postura de intelectual que es capaz de predecir el actuar de los otros. Su plan consiste en enamorar a la mujer del señor, a la señora Renal, despreciar a la hija de un marqués que se ha enamorado de él, y tramar en todo momento una intriga para reírse de esta gente despreciable. No obstante, en algún momento de la trama unos rusos le dice a Julien cuál es su problema: "es frío, está a mil leguas de la sensación presente". Le prescriben la razón de su infelicidad, porque es claro que la felicidad se refiere al disfrute del presente. Eso sí. Julien quiere cambiar esa situación.
La señora Renal no es lo que se esperaba, y como el plebeyo tiene esta tendencia a creer en los sentimientos, termina por enamorarse profundamente de ella. Su desprecio, su indiferencia, terminan por carcomerle la conciencia. Ella se entromete en la nueva vida que ha logrado establecer en otro lugar, entonces toma una resolución: le va a dar un disparo. Termina preso, encerrado en un lugar en el que puede fumar cigarrillos y subir a una terraza a ver el cielo azul. Es allí que dice que encontró la felicidad: "nunca fui tan feliz como en estos días estando acá encerrado". Decide rechazar todo contacto con el mundo exterior, no quiere visitas, no quiere que le hablen ni saber de nada de lo que ha ocurrido allá afuera. La joven que lo ama se le hace profundamente aburrida. Solo quiere disfrutar de su felicidad en la prisión. Lo van a ejecutar, pero a Julien parece que no le importa porque parece haber encontrado la felicidad. Esta felicidad no la encontró en la desestabilización de las jerarquías sociales, no la encontró cuando se burlaba de los aristócratas y las doncellas, la encontró solo en el momento en que estuvo en la cárcel. Este deselance de la novela se ha convertido en un gran misterio que ha servido para plantear infinidad de interpretaciones. Hay una en particular que me parece adecuada compartir ahora. ¿Por qué dice Julien ser feliz justo en las circunstancias en las que ninguno cree que puede ser posible?
Esto último es lo que me impulsó a hacer la reseña de este libro en este momento extraño por el que estamos pasando millones, pero particularmente, pienso en la gente que conozco y en los que están cerca. Julién tiene algo que decir sobre todo esto. La felicidad de nosotros los plebeyos consiste en una sola cosa: en no hacer nada, en el otium como la forma de vida del simple disfrute del presente. Solo cuando fue encarcelado es que resultó consciente para él que aquello que le habían arrebato los estúpidos ricos era la capacidad de la inacción: no plantear intrigas, no preocuparse por el mañana, no sufrir porque hay una señal de que no se puede ascender socialmente, eso es lo más lindo de una vida de plebeyo. Por eso, Julién Sorel entendió que el verdadero cambio de su sociedad tenía que ver con la ruptura de la idea de que los pobres tenían que estar siempre sujetos a las acciones efectivas, mientras que los ricos podían contemplar, disfrutar y perder el tiempo en bailes, enamoramientos, o poemas. La felicidad es el disfrute del presente, pero esto solo ocurre cuando se rompe con la cadena de causalidad que nos dice que tenemos que hacer una determina acción para obtener una determinada recompensa. En Rojo y negro, esa lógica es descompuesta y se recompone aquella que establece que en tanto seres humanos los plebeyos se pueden fumar un cigarro, mirar al cielo, no hacer nada, y simplemente sentir el placer de hacerlo. Hacer esto, nos dice Julien Sorel, es la otra estrategia de la emancipación: no confrontar la dominación y destruirla, sino sencillamente no seguirle su juego.