Nobel de economía

17.10.2019

Un premio merecido

Hace una semana veo en las noticias que se han estado entregando los premios Nobel. Aunque mi campo es el de la literatura y la filosofía, me sentí más atraído por el Nobel de economía. Este año se lo otorgaron a Abhijit Banerjee, Esther Dufflo y Michael Kremer, "por su enfoque experimental para la aliviar la pobreza global", según justificó la academia sueca. Coincidencialmente, en algún momento, hace unos años, conocí la obra más popular de Banerjee y Dufflo (de Kremer nunca había escuchado), Repensar la pobreza (2015), en la que se da cuenta de las investigaciones que este par de profesores del MIT han desarrollado en diversos países desde hace décadas. Si recuerdo bien, el estudio que han llevado a cabo se enfoca en describir estrategias puntuales y de bajo costo que contribuyen al mejoramiento de la calidad de vida de las personas más pobres en algunos países de Asia y África. Es una crítica frontal a las posturas neoliberales y redistribucionistas que aspiran a una liberalización de los mercados o a una renta mínima básica como las soluciones al problema. Para los autores amabas posturas son utopía pura, y los hechos les dan la razón contundentemente.

No cabe duda que al leer la obra, uno se queda con algo diferente, algo que puede ser un "qué tontería la que dicen. Nada se cambia así", que proferiría alguien radical, o un "qué simpático" propio de quien en nada le afecta el tipo de redistribución de ingresos en el que se mueve la vida moderna. Para mí, la sensación fue: "Seguro. Alguien comenzó a hacerlo..." Lo cierto es que desde las concepciones críticas se interpretó como una obra más en la que se busca un capitalismo con rostro humano, lo mismo de siempre, lo mismo de Sen y Nussbaum. Este juicio, seguramente, se sustentó sobre las ideas tibias acerca de política y democracia que aparecen al final del libro, reducidas a una simple arenga que clama por más democracia en los países más pobres. Para los más conservadores, la propuesta económico-política que presentan los autores en este libro, pues, sencillamente no afecta en nada al sistema capitalista y a su forma neoliberal de expresión nefasta en el tercer mundo. En lo que pudieron estar de acuerdo los dos bandos acerca de lo planteado por Banerjee y Dufflo, es que de esa manera no se cambia nada, a partir de esas iniciativas tibias las cosas solamente se mantienen de la misma manera. ¿Pero es tan así? ¿Es un premio inmerecido?

Cuando yo leí el libro en la navidad de hace algunos años, creo que encontré otra cosa, me pareció haber visto en este análisis algo que filósofos como Sloterdijk o Ranciere han venido desmantelando del pensamiento crítico: su pesimismo y su apuesta por el universalismo. En Repensar la pobreza, al parecer, hay una intención de desmitificar el tipo de soluciones universalistas y abstractas para la pobreza, y hay una evidente inclinación por la práctica cotidiana de la gente que se encuentra inmersa en esa situación. Esto es lo más llamativo del libro, puesto que deja en entredicho las teorías de tipo filosófico como la de Rawls o Nussbaum-Sen, al tratarse de fórmulas metafísicas o metadiscursivas que no atienden las prácticas del día a día de la gente. Por supuesto, no es ese el propósito de una teoría de la justicia; sin embargo, es la incapacidad de tomar otro punto de partida, diferente a la tradición conceptual de Occidente, lo que se juzga acá de estos enfoques netamente teóricos y abstractos. Es la renuncia siempre de entrada, de estas concepciones liberales redistribucionistas, por comprender la individualidad de quien es pobre. Es el problema de suponer la incapacidad y la pena moral en quien es pobre. Alguien dirá que es el viejo nominalismo vs universales, pero no es solo eso: es la renuncia a los moldes preestablecidos para interpretar las vidas humanas, a cambio de una retroactividad que es definida por la práctica concreta de los afectados.

Repensar la pobreza es un libro en el que se detallan los experimentos sociales que se han recreado en India y África, y que buscan identificar las causas de la pobreza y los medios para poder evitar sus consecuencias desastrosas. Lo injusto es permitir que cada vez más talentos se desperdicien por una falta de atención sencilla y directa a las personas más vulnerables. Pero lo más injusto es que esto ocurra por un enfoque en los grandes bloques de transformación y el subsecuente descuido en las prácticas cotidianas que desmejoran la calidad de vida de las personas. Uno encuentra en el libro el famoso caso del toldillo que podría evitar enfermedades transmitidas por los zancudos, pero al que no se le reconoce su verdadero valor. También, sobre métodos baratos y prácticos para purificar el agua y evitar múltiples muertes. O igualmente, formas de fomentar el uso de preservativos que parecen demasiado simples, pero que pueden ser muy efectivas. En el mismo sentido, campañas de fomento para el uso de las vacunas disponibles que en algunos casos son la diferencia absoluta. Sin necesidad de grandes cambios estructurales, solo con un enfoque diferente en las prácticas es que se logra la transformación.

En fin, como lo plantean los autores a lo largo del libro, y criticando así a Jeffrey Sachs y a Angelina Jolie de paso (quien cree en la necesidad de una redistribución mundial), y gran parte del pensamiento crítico actual, no es buscando soluciones de gran escala ("hay que cambiar el capitalismo") como se transforma el mundo, sino a través de estrategias puntuales y sencillas que realmente mejoren la calidad de vida de los más pobres. En vez de promulgar la necesidad de un subsidio universal, de lo que se trata es de armar grupos de trabajo, alrededor de ideas que impacten la vida de las personas, y que se puedan ejecutar con los recursos que se cuentan. Cambiemos el mundo, pero no desde discursos universalistas, sino desde la cotidianidad. No una revolución, sino un cambio en las prácticas cotidianas.

El marxismo siempre se ha planteado como una praxis, y es por eso que resulta importante que la izquierda atienda a las prácticas reales, in sito, que la gente realmente lleva a cabo para transformar sus existencias. El marxismo ha pretendido cambiar las consciencias, pero a cambio de obedecer al que denuncia la ideología. Althusser sostuvo que el asunto era histórico, y que pronto el reconocimiento de esta historia por parte de los intelectuales, traería consigo el cambio. Nada de eso pasó ni ha pasado. Ya son cincuenta años de mayo del 68, y solo esperanzas esporádicas. Esto invita a un cuestionamiento de la forma misma en que el pensamiento crítico se ha propuesto su plan de trabajo. Probablemente, en vez del análisis de los grandes bloques de dominación capitalista a través de la ideología o la liquidez, sea necesario un análisis de lo que la gente hace de verdad para llevar su vida. ¿Quién dijo que los pobres nos son capaces de nada? ¿Quién puede impedir pensar que ellos también tienen sus modos de llevar a cabo la transformación social? Es claro que esos modos no son los del intelectual: estudio, crítica, reuniones, marchas. Es claro que son otros los métodos.Son los métodos del pueblo, pero da verguenza salir a escucharlos.

Hasta que el pensamiento crítico no salga a la calle, lejos de los compañeros que repiten los libros de los autores que hay que citar en el momento y que suponen una única estrategia socialista, no será posible entender qué prácticas son las que efectivamente cambian las vidas de las personas. Esto abririría el camino a estudio compartivos serios en los que experiencias semejantes puedan enriquecerse mutuamente.

Eso es lo que enseña el Nobel de Economía de este año. Enseña que no hay que presuponer la emancipación, sino que esta siempre viene en un molde imposible de ser reconocido por quien no está comprometido y dispuesto a dejar su comodidad de clase. Un toldillo cambia más vidas que dos horas de charlas sobre Rawls o Marx.

En el caso de una cotidianeidad que se desarrolla en una universidad y en un salón de clases, como es mi caso, y el de los que seguro leerán esto, el Nobel de este año invita a pensar en conocer primero las vidas de aquellos a los que queremos transformar desde la cátedra en la que estamos, de otro modo no existiría forma de identificar cuáles son las prácticas que realmente tendrían un impacto en ellos; únicamente hablaríamos de autores que nadie tienen que ver con esas vidas. Me gustaría enseñar los grandes nombres de la teoría política, pero siemopre y cuando primero comprendo cómo puede ser usado por cualquier de los que me escuchan. De otro modo, así, solamente contribuiríamos a un tipo de pobreza muy específica: la del ego de nosotros los profesores.

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