La pandemia y la neutralización de lo político

Los filósofos han estado muy atentos a lo que pasa con la pandemia. Chul-Han ha desestimado cualquier esperanza de cambio después de todo esto. Zizek, al contrario, es muy optimista, la caída del consumo supondrá la necesidad de transformación de la dinámica globalizada de producción-circulación-acumulación (Sí, cómo no... le dice David Harvey). Agamben dijo: esto es otra vez estado de excepción, tal y como lo hemos dicho Schmitt y yo desde hace tiempo; pero claro, si alguna vez no ha habido excepcionalidad para Agamben, esa sería la excepcionalidad. Más aterrizada la postura de Badiou: no hay que hacer tanto alboroto por algo que va a pasar como si nada. Onfray ha criticado al Estado por no ayudar a los más necesitados en el mundo, sin duda, la postura más sensata de todas. ¿Qué más se puede decir? Más allá de las preguntas corrientes de los periodistas: "¿qué estamos viviendo maestro?", "¿qué va a pasar? estimado profesor" Propongo hacer otra: ¿de qué manera la pandemia demuestra la vigencia de un anuncio que los filósofos vienen haciendo desde hace décadas ? Se trata de una pregunta que cobra, que saca cuentas y quiere indicar algo que los filósofos ya habían dicho pero que muy poco se había entendido. La pandemia ha demostrado una cosa que dicen Badiou, Zizek, Agamben, Rancière, Nancy, Laclau, Mouffe, entre muchos otros más (Negri, Virno, Lazzarato, Deleuze, Foucault, Arendt, etc.): lo primero es lo político, pero siempre se encuentran estrategias para anular esa primacía de lo político. Es por esto que puede decirse que todavía nos mantenemos en el marco de la racionalidad política que propuso Schmitt, la misma que ha inspirado gran parte de la teoría actual, y que hace pensar en que todos los pensadores mencionados tienen la razón en lo que dicen sobre la pandemia. Lo único es que estos filósofos han pasado por alto el asunto que sintetiza todas sus intervenciones: la afirmación o negación de lo político. En eso estamos, en la constatación de la naturaleza instituyente de lo político, de la decisión, de la apuesta por el orden de lo común. Sin embargo, tal y como se ha ido desarrollando la lógica político-social en estos últimos meses, queda claro que el coronavirus ha aparecido como una estrategia de la política existente para anular lo político.
Para contextualizar el asunto hay que decir que la cuestión de si lo político es el sistema fundamental en una sociedad o no, nos remonta hasta los años 60 y 70 del siglo XX. Sartori, por ejemplo, el gran politólogo de aquella época decía que lo político era un subsistema social que se encontraba determinado por las lógicas socio-económicas, y que en ese sentido, su expresión dependía de una dinámica estructural en la que la racionalidad medios-fines establecía quién era apto para gobernar y decía también cómo era que la gente tenía que designar a sus gobernantes. Ergo: lo político era el efecto de las dinámicas sociales y económicas que se expresaba en un sistema democrático formal.
A los marxistas no les gustaba esta visión porque hacía suponer que el cambio surgía dentro de la estructura del sistema político, es decir, que el problema auténtico de la desigualdad siempre quedaría desplazado porque se obviaría el reparto injusto que sostenía al propio sistema político (estructura-superestructura). De modo que con el resurgimiento de Gramsci en los años ochenta por parte de Laclau y Mouffe, la aparición de las relaciones de poder focaultianas y la reinvención del pensamiento del nazi Schmitt, se pudo establecer que previo a cualquier organización del mundo común siempre hay un juego de fuerzas y de elementos irracionales-pasionales que son los que llevan a que existan las sociedades. En Gramsci la hegemonía, o sea, la negociación entre diferencias que postulaban un enemigo común era la dinámica de cualquier constitución de la identidad, en Foucault el poder esparcido por todo lados hacía del hogar, la locura y la sexualidad campos de lucha entre posturas encontradas, y Schmitt llegaba para decir que todo orden siempre es el producto de la lucha entre enemigos y de la decisión de un soberano que terminaba por ser la implantación de la misma realidad.
A esto, en décadas recientes Oliver Marchart en un libro sistemático y de gran alcance analítico, lo identificó como las bases de la reivindicación de lo político sobre la política. Mientras la política se preocupa por mantener un orden y regular la convivencia gestionando los conflictos, lo político se encarga de la reactivación de lo social al identificar el lugar del poder como la constatación histórica de la imposibilidad estructural de cualquier conquista de la plenitud de grupos con aspiraciones cada vez más universales. En este libro, Marchart, dice algo que es lo que viene al caso. Lo político, por supuesto, no es algo que se encuentre siempre a sus anchas desplegado en cada momento, sino que el poder (la policía, la política) establece maneras de neutralizarlo, sublimarlo, colonizarlo o retirarlo. Según Nancy, Arendt y Sheldon Wolin en el siglo XX se buscó que lo político fuera colonizado, sublimado y retirado, puesto que lo social se postuló como la determinación última de la comunidad. Por ejemplo, para Bourdieu el tema de que alguien tenga éxito en la escuela se debe a una serie de habitus y capitales sociales, que dependiendo del grado en que se tengan o se carezcan, marcarán el éxito o el fracaso. Ahí lo social y su orden establecen las razones de por qué una vida es de una manera y no de otra. Una manera desde lo político para explicar esta situación sería decir que el mismo orden social promueve un uso de las inteligencias diferenciado según el ánimo de mantener una regularidad, o el ánimo de proponer la emancipación, y que en este sentido, el fracaso no sería fracaso o el éxito no sería éxito, si las decisiones en relación con el orden de lo común fueran diferentes. Lo político es así puesto en la jaula de hierro de la racionalidad moderna para que no logre expresar su potencia reconfiguradora de modos de vida y experiencias.
Carl Schmitt, por su parte, habló de neutralización. Y es acá donde quiero plantear la reflexión. Según Schmitt, lo político es neutralizado cuando se propone una esfera de la sociedad que tenga un carácter universal y avalorativo y que por esa razón es la más indicada para ser la central. Schmitt leyendo el espíritu de la época postuló que esa esfera era la tecnología, entendida como la aplicabilidad de la racionalidad a la solución de cualquier tipo de conflicto, en especial, a los conflictos de carácter político que para él eran los únicos que podían llamarse propiamente conflictos. La tecnología y su neutralidad permitirían decidir, por ejemplo, quién tiene la razón en un conflicto jurídico o en una pelea entre grupos opuestos, o en un problema internacional por territorio, y por supuesto, también en el campo de las luchas de poder que se desarrolla en contextos electorales. La tecnología tendría la capacidad de mostrar la resolución en razón de que es la máxima expresión de la racionalidad y en razón de que es una esfera neutral, carente de ideologías y determinaciones espacio-temporales. Esto es un poco lo que han intentado establecer los teóricos de "la tercera vía" y los de la democracia formal como el mismo Sartori o Dahl, para quienes los conflictos deben ser gestionados a partir de instituciones autorreguladas por principios utilitaristas, individualistas y que promuevan la cooperación en la medida en que se genera un bienestar económico.
Ahora bien, ¿cómo podemos describir el presente de lo político en medio de las circunstancias que estamos viviendo? Es claro que su negación es lo más evidente, pues, más allá de cualquier expresión conservadora anticuarentena que sale a las calles, no se ha podido presenciar la oposición al orden impuesto. Las decisiones las han tomado los Estados sobre la base de preservar la vida y la economía. La estrategia acordeón resume la cuestión: hay que vivir pero también hay que consumir. Acá en Pereira, por ejemplo, desde ayer están hablando de un cuidado personal pero sin abandonar la economía. En el marco general de la discusión global nadie se ha opuesto a estos dos principios, sino que por el contrario se han afirmado como las máximas ineludibles: vida biológica y economía como anudadas inexorablemente. Lo político se ha neutralizado en razón de principios utilitaristas acerca de la vida y de razonamientos económicos que estiman como un error comunitario la bancarrota de las empresas que poseen un mayor capital.
Lo político en su lado instituyente no se refiere exclusivamente a la salida a las calles en busca de reivindicaciones grupales. Lo político, como lo ha señalado magistralmente Jacques Rancière, es la postulación de un orden alternativo a través de una resignificación de lo importante: quiénes hacen parte de lo común, quiénes no, quién recibe qué y por qué, etc. Lo político es una transformación de los modos de vida donde lo común es determinado de formas alternativas por medio de otros sentidos y significados. En lo político se juega la afirmación de tener otras experiencias y de llegar a sentir, ver, decir de maneras inéditas.
De la misma manera, no es fácil negar que esto último no es lo que está ocurriendo, puesto que los principios son los mismos de siempre: salvaguardar a las grandes empresas, impedir que los más pobres llenen los hospitales, separar a los que aportan de los que no, alejar cada vez más a aquellos que puedan desestabilizar el orden, mostrar una preferencia por el que pierde más dinero. Las alternativas no se dejan escuchar en razón de la postulación de la emergencia y de la necesidad de volver lo antes posible a la normalidad. Solo lo más eficiente es lo que se puede escuchar, y aquellas visiones comunitarias solo le restan efectividad a las medidas de choque. En últimas, el orden de la política actual nos dice lo mismo de siempre: el bienestar no es la vida sola, el bienestar es una vida útil y con riqueza.
El último elemento necesario para
complementar lo que quiero decir acá es que Schmitt también señaló que el rasgo
característico de lo político es el antagonismo, la oposición entre grupos en
torno a la autoconstitución de la identidad. El tema central de lo político
siempre es la forma de simbolizar y representar al enemigo, puesto que es solo
la oposición la que reafirmará la identidad del grupo. Pero la neutralización
es la simbolización de un enemigo que sirve solo para perpetuar un orden
económico-social que busca inmunizarse a los ataques políticos. Como cuando
pensamos en las razones que llevan a alguien a salir a la calle al rebusque,
entonces, decimos que es un inconsciente que no piensa en los demás, es decir,
se neutraliza el sustrato político de la acción a cambio de una moralización apoyada en la vida útil, porque no lo podemos negar.... la gente sale a la calle en medio de un
contexto de corrupción, desigualdad y de privilegios para unos pocos. Hacer ver
que esa salida impertinente existe porque es un efecto de la conservación del interés de unos cuantos,
un interés que favorece a los del poder, es una forma de comenzar a constituir
un enemigo.
Otro es el caso con los que vemos que van a trabajar porque se
encuentran dentro de las excepciones, a ellos los justificamos y los
aplaudimos, más allá de que igualmente se encuentren en riesgo. La razón del
aplauso es que contribuyen a la economía y al desarrollo. De modo que nos
encontramos en una situación en la que el enemigo simbolizado es el mismo que
permite comprender la necesidad de salvaguardar la vida, pero solo si al mismo
tiempo la economía no se detiene. El que sale al rebusque no sale por la economía, sale para subsistir; el que quiere que vayan a trabajar en su empresa lo que quiere es la economía, no la vida. No es posible entender lo que ocurre ahora si no se separa la economía de la vida; si por el contrario, se piensa que la vida depende de la economía, simplemente, como ha quedado escrito en la historia reciente de los más países más pobres, la vida es la que queda relegada a un segundo lugar. El otro, el enemigo que sirve para neutralizar las alternativas es la conservación de una vida biológica que solo se comprende desde una expansión de la dinámica económica.
En este sentido, Schmitt, reaparece
con otra de sus perlas para permitir entender de mejor manera este presente. El
soberano es el que decide en el estado de excepción, y esa decisión es la que
establece los modos de vínculo en la sociedad, lo bueno, lo malo, lo feo, lo
bello, lo útil, lo inútil. El soberano en este momento de excepcionalidad ha
decidido: lo mejor para todos, más allá de las pérdidas cuantitativas de vidas,
es que la economía no pare porque no existe ninguna otra forma de entender el
mundo en el que vivimos. El soberano ha constituido su postura desde una afirmación de un monismo en el que la vida pertenece a la economía, y en el que la libertad es identificada con la libertad de consumir. En últimas, este soberano ha aceptado la tesis conservadora de que el número de las pérdidas no se corresponde con los sacrificios que se tienen que hacer a nivel económico: empresas quebradas, pérdias en el PIB, endeudamiento. El que sale al rebusque es condenado porque su búsqueda de la supervivencia no significa más que la posibilidad de llenar las camas, de que muera en las calles, de que contagie a otros, de que llene los cementarios. Su problema es que no tiene en cuenta el aspecto cuantitativo de la pandemia, sino solo lo cualitativo, es decir, es irracional, inmoral e ineficiente. Pero al mismo tiempo, cuando el empresario reclama la vuelta a la normalidad, tal postura es considerada como racional y encomiable porque no solo es la vida de él que le preocupa sino el bienestar económico de tantas personas. Y esto es bien visto porque se considera que la vida del empresario no es solo biológica, que su demanda no es solo por sobrevivir, sino que además está preocupado por una vida económica que beneficia a los demás.
Lo político no aparece, y eso es lo
que señalan los filósofos por estos días, desde Chul-Han hasta Zizek. Estoy de acuerdo con todos ellos, independientemente de las variantes que utilizan para decir lo mismo. Lo político no
se encuentra porque la simbolización de la vida biológica y del consumo como
los ejes de la sociedad, ha desplazado la posibilidad de símbolos referentes a
la inclusión, la protección, la vida humana (no solo biológica) y la
unificación de las diversidades éticas en torno al problema más profundo de la
pandemia: la desigualdad. Por el contrario, es la desigualdad la que ha terminado por reafirmarse en medio de esta situación, tal y como ha sostenido brilantemente Judith Butler, ella dice que el coronavirus ha dejado en claro que para el capitalismo hay personas que mercen vivir y otras que merecen morir.
Finalmente, la política institucionalizada debe reconocer en algún momento su sujeción a la neutralización de los empresarios para que llegue ese porvenir en el que se haga realidad ese sueño de todos como es la democracia. Pero las cosas no funcionan así, y son los individuos los que deben hacer real lo político proponiendo otros modos de vida alternativos. Pero como tampoco por saber que se está dominado se sigue que se quiera el cambio, entonces, es más inmediato reconocer lo que hemos perdido en medio de esta situación. Mientras tanto, y ahora más que nunca en mucho tiempo, tenemos que conformarnos con el paradigma de la soberanía que describió Schmitt. Pero tal vez esta situación solo sea la oportunidad para constituir un enemigo con otros símbolos, de manera que la vida-utilidad deje de ser de nuevo un instrumento de neutralización y pase a ser uno de reactivación, y entonces, desplazada esa neutralización, comience el problema que debe preocupar a todos: ¿por qué para los ricos la vida no es solo biológica y para los pobres en cambio se trata simplemente de no perder la respiración?