Manual de escritura para científicos sociales 

26.06.2019

Este manual de escritura de textos académicos para sociólogos puede ser útil para muchos otros campos diferentes o cercanos al de las ciencias sociales. Esta podría ser esta la principal virtud que tiene el libro. Permite a cualquier persona que relativamente tenga poca experiencia en la práctica de la escritura recibir una serie de consejos prácticos, que han surgido de la propia experiencia profesional del autor y de las experiencias de sus estudiantes en los cursos de escritura que él ha impartido en la Universidad de Washington. Las cosas son sencillas en este libro; no hay complicaciones en torno a esquemas o mapas mentales preconcebidos que resultan -para la mayoría- indispensables antes de la escritura. Para Howard Becker de lo que se trata es de aprender haciendo, porque de hecho, tal y como lo comprueba la experiencia de los académicos que se dedican a la escritura de manera profesional, el asunto siempre es reescribir sobre lo que ya se sabe. Becker es idealista alemán en este sentido: el absoluto ya está en nosotros; aunque también podría ser Menón, el amigo de Sócrates que demuestra que conocer es recordar. Esta es la esencia del libro: invitarnos a dejar atrás el miedo de escribir por medio de una reafirmación de la autoconfianza del que escribe, diciéndole que tiene mucho que decir sobre lo que se propone (claro, el libro trata de estudiantes de posgrado). Nos dice que el problema con la escritura tiene que ver con las jerarquías académicas y las trabas que los propios profesores le ponen a los estudiantes en medio de un mundo competitivo por ver quién se queda con la mejor plaza en tal universidad.


Howard Becker (1928) es sociólogo, y no alguien del campo de la lingüística o la literatura, lo que hace de su enfoque algo en sí mismo llamativo. ¿En qué contribuye la sociología a la práctica de la escritura académica? Siempre se ha pensado que de lo que se trata con los manuales es que nos digan cómo ahorrar tiempo, cómo seleccionar lo que tenemos que leer, cómo tenemos que programarnos para escribir, dónde debemos poner los puntos, dónde va la cita, cómo hacer una introducción, etc. Pero este no es el caso con el libro de Becker. Formado en la tradición del interaccionismo simbólico de Chicago, Becker permite entender que la escritura es una actividad que está inexorablemente atada a las exigencias impersonales de la competencia que se vive en el mundo universitario. Esta perspectiva sociológica es útil para comprender las dinámicas interaccionistas que configuran la escritura académica. La sociología señala que, a través del enfoque de Becker, en la escritura se juega "la clase", "el estatus", el poder y la jerarquía del mundo académico; pero incluso, que en ella misma se juega la subsistencia de quien elige a la universidad como su proyecto de vida, pues, dependiendo de la cantidad en primer lugar, y después, de la cualidad de lo que escribe, es que el profesor o el estudiante logran encontrar un medio de subsistencia. El miedo a la escritura es el producto de una institución jerarquizada que utiliza como medio de filtro, de control y de ascenso a la calidad de la escritura. Quien busque un lugar allí debe jugar sus cartas de la mejor manera: escribir de forma adecuada y siguiendo los estilos preestablecidos que han resultado exitosos.

Aunque, como se sabe, la mirada de Becker sobre los campos y los mundos institucionalizados no es pesimista (contrario a lo que pasa con Bourdieu para quien los campos son terrenos de batalla permanente). Becker piensa las instituciones a partir de las prácticas concretas de sus miembros, encontrando que la cooperación y la competencia son sus elementos constituyentes. En ese sentido, la interacción se sostiene sobre el interés del individuo de mejorar su situación y la de los demás, por lo que no se trata de una lucha sino de una cooperación mutuamente beneficiosa. Cuando se aprende a escribir según el interés académico lo que surge es una contribución para el enriquecimiento de ese campo. Esto es así a un nivel teórico. Sin embargo, al final del libro, en un texto de 2007, Becker es crítico de la dinámica actual de publicar para recibir mejores pagos o para asegurarse una plaza, puesto que de esta manera se estaría dejando en manos de las revistas el criterio de la novedad y la excelencia. Él mismo nos cuenta de un experimento (envió un artículo escrito de manera libre y sobre un tema en el que es él el mayor referente a una famosa revista especializada que él mismo dirigió en el pasado. Su artículo fue rechazado por no seguir las pautas de publicación) que hizo por estos años para comprobar la rigidez estilística y estructural con la que las mejores revistas establecen los criterios de selección de los mejores. Este problema, desde su punto de vista, solo puede engendrar corrupción en sus prácticas, puesto que no todos están dispuestos a esperar años para ser publicados ni tampoco a ser rechazados por diversas revistas indexadas. El control de la meritocracia otorgado a la decisión a partir de criterios de novedad y cientificidad solo puede generar corrupción, en la medida en que esos criterios pueden ser propuestos según intereses predefinidos por los propios involucrados.

"La lectura de este libro no resolverá todos sus problemas de escritura. Difícilmente resolverá alguno de ellos. Ningún libro, ningún autor, ningún experto... nadie puede solucionar sus problemas. Son suyos. Usted tiene que deshacerse de ellos" (p.219). Esta frase, digna de aparecer en cualquier libro de autoayuda, resulta ser la clave del libro. Para el autor no existe una única manera de escribir bien, se trata solo de maneras que imponen los que ocupan los lugares de poder, pero que de ninguna manera implican el filtro exclusivo por el que deben pasar todos los prospectos de escritura. Hay múltiples tipos de "persona", esto es, múltiples formas de exponerse frente a un lector, por ende, en la escritura no existe una única manera de hacerlo bien, algo así como un esquema predefinido sobre el que se debe superponer cualquier idea. En la escritura de lo que se trata es de probar una y otra vez, intentando encontrar la propia voz, armonizando las exigencias de claridad y de forma que las instituciones esperan.

No faltarán quienes digan que no se van a dejar encasillar por el juego de las organizaciones, y que entonces, sus escritos serán desconocidos hasta su muerte. Esa actitud, tan corriente entre algunos profesores y muchos estudiantes, solo parte de un acto de ignorancia total: desconoce el carácter interaccional de la propia escritura. Incluso, escribir mal o escribir y no publicar, hacen parte del juego de "personas" disponibles que pueden ser adoptadas por algún individuo determinado. Estar en contra de la institución es ya una toma de postura frente a la escritura, es ya hacer parte de algún tipo de ritual de grupo.

Para Becker la cualidad de cualquier texto debe ser la claridad, la obscuridad es el producto del intento de impresionar para poder ganar algún estatus intelectual, y en ese sentido, las frases cortas, el estilo directo, lo concreto en vez de lo abstracto, es lo mejor. Becker se muestra de esta forma crítico de la práctica tan popularizada en el contexto académico de las humanidades de escribir frases llenas de conceptos y abstracciones, con un orden sintáctico difícil de comprender, y que al final, no aportan nada para el desarrollo del campo. Es sobretodo la gente más joven la que escribe así, solo con el ánimo de impresionar a sus maestros o a sus pares.

En las últimas secciones del libro el autor se refiere al uso de la bibliografía y al uso de la computadora. Lo del uso de la computadora para él es un avance importante que facilita el trabajo de la escritura, en especial, porque permite clasificar las fichas de lectura y consultar y referenciar la bibliografía de una manera más eficiente. En cuanto a la bibliografía señala la importancia de utilizar los clásicos, y sobre todo, de dar cuenta de aquellos trabajos que se refieren directa o indirectamente a lo que uno está escribiendo, puesto que es necesario reconocer cuál es el aporte que uno puede llegar a ser al campo de desempeño con lo que se está escribiendo.

Gracias a este libro he logrado comprender en gran parte por qué para algunas personas, como yo mismo, escribir puede resultar ser una actividad difícil, incluso una tortura. Hoy en día nos hablan de problemas psicológicos de trasfondo (los milenials son todos procrastinadores) o de problemas de formación en la escuela (nadie sabe escribir cuando llega a la universidad), pero lo cierto es que pocas veces se menciona el carácter elitista y excluyente que posee la propia práctica de la escritura. Son pocas las veces en que se desentraña "la mafia" de la escritura que consiste -como si se tratara de una banda que controla el microtráfico en una ciudad- en apartar a aquellos que pueden "dañar" el negocio y a aquellos que no cumplen los requisitos para entrar al "clan". Escribir es un asunto organizacional, de una organización que se define por las pocas plazas de las que dispone y por el gran prestigio que otorga a quienes logran entrar. Pocas veces se habla del sufrimiento que puede llegar a sentir alguien por no ser capaz de escribir una tesis que significa un mejor pago y un ascenso social. Y se habla poco de estas cosas porque quienes escriben sobre ellas son los mismos que han encontrado en la escritura una forma de vida y de escalamiento social, y por eso no quieren que nadie más los imite.

La clave de todo es sencilla: intentarlo, hacer borradores, reescribir. No hay fórmulas, nadie tiene un saber especial, todo se reduce al acceso y a las restricciones que los académicos que más ganan le imponen a los que vienen abajo. Para escribir solo hay que convencerse de una cosa: no hay una única manera de hacerlo. Y claro: "...sin trabajo, no pasará absolutamente nada" (p.221).

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