La muerte del padre - Karl Ove Knausgard

Karl Ove Knausgard - La muerte del padre
La muerte del padre es el primer tomo de la serie de seis libros que escribió Karl Ove Knausgard (1968). Mi lucha es el nombre de toda la serie y se trata de una especie de relato sobre sí mismo en el que se juega con las formas del tiempo y la ficción. Los personajes, las situaciones, todo salen de la memoria de Knausgard y de lo que ha vivido en sus 36 años (hasta este primer tomo escrito en 2004). En esta primera entrega en particular se centra en la relación con su padre que termina muerto tras dedicarse a beber por varios años, ya que se impuso un ethos en el que la vida iba diluyéndose en el fondo de cada botella y en la amnesia que provoca cada borrachera.
La narración comienza, como
es característico en Knausgard, con una serie de reflexiones filosóficas acerca
de la muerte, con una fenomenología del modo en que se percibe la muerte en las
sociedades occidentales. ¿Por qué siempre buscamos esconder al muerto, taparlo,
alejarnos de él? Son cosas misteriosas, que si se cuestionan desde un plano no
positivista resultan muy interesantes. Es normal que comience de esta manera,
porque se nota que es un modo de atrapar a un público general que se inquieta
por estos temas universales. Después cuenta ciertas historias de su
adolescencia relacionadas con su padre, un padre más indiferente e intimidante
de lo normal. Se enfoca en la época del colegio, su relación con ciertos amigos
y con algunas muchachas de las que se enamora perdidamente y a las que les
dedica unas páginas llenas de mucha emotividad, así como grandes canciones de
aquellos años ochenta. Acá se puede hacer un paréntesis para mencionar la
importancia que tiene la música en la obra de Knausgard, pues, cada
acontecimiento de intersubjetividad va acompañado de alguna canción, y cuando no
es ese el caso, nos cuenta de su pasión por tener una banda de rock para imitar a las bandas que tanto
disfrutaba. Creo que el músico favorito de Knausgard es David Bowie porque
aparece en muchas ocasiones; pero también porque es el referente de aquella
época en la que la música cumplía la función social de mostrar alternativas a
la simple reproducción de la vida predecible que proponía el Estado de bienestar.
Knausgard no es un snob en cuanto a gustos musicales, pues, en sus páginas no aparece
nada de la escena underground de aquella época, sino más bien lo que se
consumía de manera masiva (U2, The Cure, The Beatles), pero eso indica realmente el interés sensitivo e
intensivo que caracteriza su propia obra. Constantemente nos cuenta cómo
determinados paisajes le sacan algunas lágrimas, cómo ciertos encuentros
terminan por producirle otro tipo de sentimientos alejados de lo que estaba
acostumbrado. La música está para eso, y en muchas ocasiones la cuestión no depende del virtuosismo o la intención del compositor, sino -como es el caso de la música popular- de las circunstancias, los momentos y las personas con las que se comparte en determinado momento.
Acá una lista de Spotify con las canciones que aparecen en toda la saga:
https://open.spotify.com/playlist/0M8xclx3vOFHpvaq3zuQhH?si=mWoA3CMKQx230jiA_NPM_w
Volviendo al libro... En la segunda parte se concentra en principio a contar cómo es su vida en el momento en que está escribiendo y cómo es su relación con Linda -su esposa- y sus tres hijas, relación tormentosa que tiene su desenlace narrativo en el segundo tomo, Un hombre enamorado del que escribí hace casi un año. El resto de la novela se dedica a contar cómo es que asumió la muerte de su padre unos cuantos años antes de comenzar a escribir este relato y de todo lo que le hizo pensar esta situación límite. Termina como comenzó: con una reflexión sobre la muerte que recuerda la tradición antimoderna en la que el ser humano se define desde la igualdad ontológica -de raíces spinozistas- en relación con el resto de cosas de este mundo:
"Vi que ya no había ninguna diferencia entre lo que mi padre había sido y la mesa sobre la que yacía, el suelo sobre el que esta descansaba, el enchufe de la pared debajo de la ventana, o el cable que iba al aplique de al lado. Porque los seres humanos no son más que una forma entre otras formas, expresadas una y otra vez por el mundo, no solo en lo que vive, sino también en lo que no vive, dibujado en arena, piedra y agua" (p.499).
Ahora quisiera hablar de un punto en concreto que me ha llamado la atención cuando percibo la manera en que la gente se refiere al libro. Mi lucha se ha convertido en una serie que se ha vendido muy bien en todo el mundo, ahora Knausgard es un autor muy famoso. Se dice que en su país, Noruega, uno de cada cuatro lo ha leído. Sus libros son de los más vendidos por Anagrama en Hispanoamérica. Entonces: ¿es esto justo o solo se trata de uno de esos escritores que las editoriales quieren vender cada tanto? ¿Knausgard solo es esa apariencia de rebelde y rockero que aparece en las portadas, pero detrás de todo no se esconde sino la falta de capacidad de invención? He leído diversas reseñas sobre su obra en las que se llega a la conclusión de que ha escrito miles de páginas mediocres en las que solo se cuenta su cotidianidad, de ahí que eso de "Mi lucha" sea realmente un título tonto para quien solo vive emborrachándose y cambiando de mujer. Por ejemplo, en este famoso blog de reseñas: https://unlibroaldia.blogspot.com/search?q=knausgard
Estas críticas recuerdan lo que decía el contrarrevolucionario Barbey D'Aureyville de Flaubert: "No planea la obra, solo escribe sobre lo que le pasa. Es como uno de esos obreros que lleva piedras en su carreta como si se tratara de palabras". O también lo que decía Sartre del mismo Flaubert: "Al escribir sobre cualquier cosa solo demuestra la nostalgia de una burguesía que ha perdido su lugar y que quiere conservarlo hablando de su mundo perdido". Pero también, como le criticaron alguna vez a Proust por haber mencionado en su libro a una señora que iba a la misa todos los días y que todo el mundo conocía: "Qué gracia tiene hablar de alguien que ya existe en la realidad, haciendo lo mismo que hace en la realidad. Eso no es arte". El surrealista André Breton -y Borges dijo lo mismo de Proust- le criticó a Dostoievski el haber descrito tan minuciosamente el cuarto de la señora, porque eso hacía perder la atención de la verdadera acción (las anteriores referencias las he tomado de Política de la literatura de Jacques Rancière). Y a Knausgard le han dicho cosas semejantes, una y otra vez, sobre todo en la recepción hispanoamericana de la obra: qué importancia va a tener un cepillo de dientes, por qué habla de inodoros como si se tratara de un acontecimiento, para qué describir lo que hace en la bañera, cómo se le ocurre describir una casa sin personas, etc. (recomiendo buscar algunas reseñas en Google para comprobarlo). Muchos coinciden en decir que la mejor manera de definir La muerte del padre es: "aburrida".
Yo, por el contrario, pienso que es una gran obra y que en ella se contiene toda la radiografía de una época. Aburrida solo puede serlo para los que defienden una idea de la literatura en la que lo central es distinguir entre lo que se debe escribir y lo que no. En este libro las palabras lo que hacen es constituir un libro de vida que está hecho para cualquiera y que su condición es la de circular por todas partes a través de la identificación que uno logre establecer con las historias que cuenta Knausgard, con él mismo, es decir, con la visión de la vida que se entreteje en cada página. Solo es aburrido para quien considera que la literatura debe contar una historia al estilo de una película de Hollywood con melodramas y súper héroes; o para quien ha impuesto como criterio de novedad única y exclusivamente el juego con las formas que solo entienden los profesores de la universidad. Pero también puede ser aburrida para los platónicos que ven en el arte la necesidad de transmitir un mensaje, y aburrida para los aristotélicos que creen que la ficción debe ser proporcional a los temas, los personajes y al discurso. Por el contrario, se trata de una obra llena de sentido, justamente, porque no quiere transmitir ningún mensaje, que está absolutamente (des)estructurada y que se encuentra al nivel de las grandes creaciones de la historia reciente de Occidente. La muerte del padre es una novela en la que los microacontecimientos de la vida se convierten en la recomposición de cualquier sentido y de visión de mundo en medio de un momento histórico en el que las historias se cuentan a partir de la manera en que la dinámica del capital tira a los lados a todo aquél que no se acomoda a su velocidad. De eso se trata todo en la literatura, de lo que ocurre en las vidas de cualquiera, en la vida tuya, en la mía, en la de los otros. La muerte del padre es un libro de vida en el que cada cosa y persona cuenta por ser portadora de significados.
Eric Auerbach, uno de los críticos más ingeniosos del siglo XX, escribió un libro muy particular que se titula Mímesis (1942). Lo escribió mientras huía de la Segunda Guerra y se refugiaba en Turquía, su propósito era demostrar que la condición de todas las creaciones literarias occidentales desde Homero hasta Virgina Woolf, estaba atravesada por la necesidad de representar la realidad a través del uso inteligente de la expresión según cada contexto y cada caso. Para Auerbach la literatura es la búsqueda incesante de dar cuenta de manera figurada de las vicisitudes que atraviesa una época, y en la que el escritor es el testigo de una estructuración de la sociedad que pocos saberes son capaces de identificar. Knausgard es un nuevo eslabón de esta tradición, porque su punto de mira es expresar la manera en que una vida se ha desplegado en medio de condiciones sociales y políticas que hacen que alguien sea el que es.
Pero para ver esto mejor, voy a utilizar el mismo método que empleó Auerbach en su libro. Allí lo que él hacía era citar (de memoria porque la biblioteca de Estambul era muy pobre) al comienzo de cada capítulo un pasaje del libro que iba a analizar y a partir de ese pasaje descubría la totalidad de la obra relacionando otros pasajes que aparecían en otros lugares con el mundo que el autor intentaba descubrirle al lector. Esta es la cita de Knausgard:
"Cuando era pequeño me daba miedo bañarme allí abajo. La cisterna, que dataría de la década de los cincuenta, era de esas que tenían un tirador lateral con una bola negra y se quedaba siempre enganchado, con lo que el agua seguía corriendo mucho tiempo después de usarse, y ese sonido que salía de dentro de la oscuridad en ese piso que nadie usaba, que estaba vacío, decorosamente colgados, su estante para sombreros con los sombreros de los abuelos, el estante para los zapatos, que en mi imaginación representaban seres, en esa época me pasaba con todo, y con su escalera boquiabierta hacia el piso de arriba, me aterraba tanto que tenía que emplear todo mi poder de persuasión para vencer el miedo y entrar en el baño. Sabía que allí no había nadie, sabía que el ruido de la cisterna solo era un ruido, que los abrigos solo eran abrigos, los zapatos solo zapatos, la escalera solo una escalera, pero creo que esa certeza no hacía sino reforzar mi temor, porque lo que quería era estar solo con todo aquello, eso era lo que me daba tanto miedo, un miedo que se veía aumentado y reforzado por esos no seres muertos. Todavía podía sentir reminiscencias de esa manera de percibir el mundo. El asiento del inodoro parecía un ser, y la pila, y la bañera, y la bolsa de basura, esa tripa negra y feroz en el suelo" (p.363).
¿Le damos la razón a los
críticos: esto no es más que descripción de cotidianidad, ahí no hay esfuerzo
literario, no hay obra organizada, sino solo flujo de conciencia, flujo de
palabras en las que se ve en un baño en toda su vulgaridad (y eso que no
seleccioné los momentos en que describe la caca y los orines que se encuentra
en la casa de la abuela)? Pero bueno, tampoco hay que darle la razón al que solo por un
prejuicio logra imponer una opinión equivocada: lo cierto es que quienes reducen
la obra de Knausgard a las descripciones vulgares son los nostálgicos de una
forma de concebir el arte en el que la forma, el tema y la elocuencia
resultaban categorías normativas centrales. Pero
también son gente de la época de Artaud y Brecht, quienes se preocuparon porque la gente en el
teatro no participaba, y entonces, tomaron la decisión de decirle al espectador
qué hacer en razón de que no se sabía cuál era el procedimiento correcto para apreciar una obra, es que -pensaban los dos- los iletrados se quedan en los detalles. Se trata igualmente de la época de Borges para quien era indispensable
planear el escrito según principios metafísicos, principalmente, porque había que
estructurarlo para un público universal y filosóficamente formado. Es la época
de los críticos y los profesores para quienes lo fundamental en la obra es que
demuestre un plan y que sea una totalidad bien estructurada. Los que sostienen esto son todos
aquellos que piensan que para escribir se necesita tener una formación que
permita expresar el sentimiento de una manera adecuada, no como lo hacen esas
canciones de la gente vulgar que pertenecen a esas clases de muertos de hambre; o como hacen esos poetas sin formación que terminan borrachos y mendigos en alguna provincia, por no mencionar a esos novelistas sin preparación, que solo cuentan una vida de excesos, horrores y vulgaridades. Aunque todo esto parezca del pasado, lo cierto es que todavía hoy las obras se valoran según estos criterios del siglo XIX, es decir, criterios que se resistían al arribo desmedido e incontrolable de la democracia.
Lo de las descripciones es un insulto para todos los críticos del presente. Barthes intentó salvar el asunto: si se describe es porque se quiere dar un efecto de realidad; claro, el autor quiere hacernos sentir ahí, como si estuviéramos nosotros mismos observando lo que ocurre. Triste recurso el de Barthes porque nunca se dio cuenta de que lo que ocurría era un cambio en el que la literatura se hace con cualquier material, habla de cualquier persona y dice justamente aquello, eso, es decir, lo que sea. Ha ocurrido algo: la seguridad de los profesores y los críticos ha quedado en entredicho porque los escritores han pretendido ahora hablar de cualquier tema y el plan de la obra consiste en no tener ningún plan ("el estilo es justamente eso que se dice de los que no tienen estilo" Deleuze).
En este párrafo de Knausgard que se acaba de citar encontramos la vitalidad de la propia literatura. Se nos dice que todo tiene vida, la cisterna, los zapatos, que el asiento del inodoro es un ser, que en todas partes hay seres animados que solo esperan ser vistos a través de ojos literarios. El mundo de Knausgard es un mundo sobrecargado de significados, todas las cosas que lo rodean remiten a una verdad, nos hablan de la historia, del ser humano, de la muerte, del amor, en últimas, de la vida. Cada objeto determina el propósito de cualquier vida, y cada cosa que está puesta ahí nos habla de un mundo que se ha constituido de formas inéditas pero necesarias según esa propia composición. En la literatura, plsntea Knasugard, no hay temas privilegiados ni personajes sobre los que se deba hablar, solo hay una realidad inmanente plena de símbolos que pueden ser "descifrados" para comprender a una sociedad, a una comunidad. Es por eso que la literatura es la madre de las ciencias sociales. En eso coincide Marx con Balzac, en que hay que descifrar el significado de esa cosa misteriosa, absolutamente absurda, de eso que se llama mercancía, y cada uno lo hace según una traducción propia pero que se mantiene dentro de las posibilidades de la ficción: encadenar un acontecimiento con otro, crear relaciones. El sociólogo es un literato que se le ha olvidado el carácter ficcional de la lectura de los símbolos que hace de la sociedad.
Cualquiera puede escribir porque cualquiera puede encontrar la plenitud de significados que define a la realidad contemporánea. Cualquiera puede leer y entender, porque cualquiera es capaz de descifrar los significados según lo que necesite. La literatura expresa un mundo, una política, que no debe ser descifrada sino vivida. La literatura no es el propósito de dar a entender a alguien un mensaje es, por el contrario, el espacio de encuentro entre signos de distinto tipo que cada cual puede interpretar a su manera. No se trata de buscar el significado profundo de la obra, se trata de vivir la escritura como el testimonio de una vida que está diciendo algo referente al mundo, un mundo del que se hace parte pero que apenas se a comienza a sentir como propio.
El baño de Knausgard es un universo entero en el que toda la historia de la humanidad se resume y se concreta: miedo a la soledad, temor a ser sí mismo, deseos de que el mundo sea otro, ¿hay algo que sea más auténtico para cualquier vida que eso? Cada cosa está llena de vida porque se relaciona con todas las demás. Las cosas no son cosas, sino relaciones entre cosas, por eso es que la literatura es la misma creadora del mundo, porque detrás de la relación no hay nada, y es la literatura la que nos habla de relaciones y solo de relaciones:
"Intuía que una de las cosas que a Tonje más le gustaba de mí era mi interés precisamente por eso, por todos los contextos y relaciones, o las posibilidades de las distintas relaciones..." (p.438).
Para terminar esta pseudo-reseña, una última cosa. El padre de Knausgard se fundió bebiendo, murió en medio de la caca que se hacía encima y de los orines que demostraban su falta de interés por el mundo. Su madre, es decir, la abuela de Karl Ove, se volvió alcohólica solo por acompañar a su hijo. Para los hermanos Knausgard la única manera de redimir la culpa de un padre egoísta era limpiar ese espacio, por eso decidieron estregar cada rincón de la casa para que se fuera la sombra del padre muerto y monstruoso. Cada vez intentaban limpiar más y más; así se van unas cien páginas de la novela. Nunca logran sacar lo sucio del padre. Pero hay un momento especial: deciden beber con la abuela, tomar vodka y emborracharse con ella.
"Ese líquido transparente que sabía tan fuerte, incluso mezclado con zumo de naranja, cambió las condiciones de nuestra presencia, eliminando de la conciencia lo que acaba de ocurrir, y abriendo el paso a los que solíamos ser, a lo que solíamos pensar, como iluminados desde abajo, porque lo que éramos y lo que pensábamos brillaba de repente con resplandor y calor, y no había ya nada que nos impidiera nada" (p.445).
El alcohol conduce a Karl Ove
a la vivencia del propio padre, a lo que él sentía y hacía cuando estaba con la
abuela, entiende cómo es que alguien puede tomar licor hasta la muerte. El
alcohol abre un espacio nuevo de significados que se habían cerrado al pensar
que una vida como la del padre se reducía a la suciedad de un lugar que olía
mal, porque "El olfato juzga y se ubica en lo externo, pero para crear hay que
dejarse llevar.." (p.322). Una vida son los gestos, precisamente, que se tienen
cuando el trago va llegando a la cabeza, cuando aparecen las risas, los rostros
sonrojados, los movimientos espontáneos, los deseos de plenitud y de libertad. Es
en ese lenguaje que surge el momento en que alguien decide dejar de ubicarse
en la exterioridad de una experiencia y comienza a fluir con ella, cuando se
entiende el significado de un mundo y de una comunidad que ya no se distingue
en sus referentes universales ni en sus formas capitalistas de consumo. Karl Ove se siente como el padre y sus sentimientos comienzan a transformarse.
El padre murió viviendo-bebiendo, tal y como todas las cosas de este mundo, solo que para entenderlo era necesario un ejercicio de recomposición con cada microacontecimiento que caracteriza a cualquier vida. Es en lo pequeño donde se esconde el secreto de la existencia humana, del mundo, de la comunidad y de la sociedad, por eso toda existencia está plena de significados y sentidos. No es necesario que unos críticos pasados de moda le digan a la gente si su vida vale la pena de ser contada, cuando ya Knausgard, siguiendo la tradición de Flaubert-Proust, ha dicho que todo lo que hay es un mundo absolutamente enriquecido que está ahí listo para ser descubierto en cualquier momento.