La bofetada

25.11.2020

La bofetada

Esta es una novela escrita por Christos Tsiolkas (1965), autor australiano de ascendencia griega. Escrita en 2008 se convirtió en una de la más populares en Australia (el Ricardo Silva australiano), ganadora de múltiples premios y que ha tenido dos adaptaciones a la televisión; dos series en las que se intenta mantener el espíritu del libro, aunque con algunas variaciones. Vi la serie estadounidense en la que aparece Emma Thurman y tiene su encanto, aunque leyendo el libro se ve cómo los creadores le dieron su toque para que cuadrara como melodrama. Al fin y al cabo, las series de plataformas son para personas que no gustan de leer y eso obliga a una adaptación para esas mentes más identificadas con el facilismo del final feliz, las lágrimas por amor y la mojigatería sexual (me estoy burlando de los amigos, por supuesto).

Justamente son unos amigos los protagonistas de la novela. Están entre los 38 y 45 años, y un día se reúnen a tomar cerveza y hacer un asado. Se trata de un acto típicamente australiano, en el que, además, debes llevar tu propia cerveza y ver cómo te las arreglas para encajar, porque no son los mejores representantes de la amabilidad. El centro de la trama está en el momento en que un niño, Hugo, de mal carácter, un malcriado, un "niño hijodeputa" (así le dicen varias veces en la novela), hijo de una pareja de los amigos que están allí (Rosie y Gary), comienza a mostrarse agresivo y monopoliza los juegos. Es entonces, cuando uno de los adultos decide intervenir, y tras recibir una patada del pequeño demonio, le da una bofetada, una cachetada, una palmada en la cara a esa pequeña escoria. Se arma el alboroto.

Para nuestra cultura contemporánea pegarle a un niño es un acto abominable, en parte porque se piensa en los futuros traumas que se desencadenan de ahí, en parte porque existe esa figura de saber-poder surgida en los sesenta que se llama "el niño", y también porque -se dice- aparece el sufrimiento físico. No hay que ser miembros de una secta minoritaria para comprender que el sufrimiento, en cualquiera de sus expresiones, es lo que nuestra cultura considera como el punto reprimible de todo acto. Para nada se justifica el sufrimiento y mucho menos el físico. Pero así como -según Freud- la culpa del deseo de que peguen a un niño estructura un carácter masoquista y con culpa, de la misma manera pegarle a un niño puede terminar en la constitución de los límites del propio deseo del niño. Dice Tsiolkas en el libro, en la voz del personaje Anouk: "Hay que enseñarle disciplina a un niño, y a veces esa disciplina deber ser física. Así es como aprendemos lo que es inaceptable y lo que no lo es... Estamos educando a una generación de imbéciles morales, niños que no tienen sentido alguno de la responsabilidad..." Y algo muy llamativo es esta parte: "...todos hemos querido pegarle una bofetada a un niño en algún momento" (p.92). Entonces el acto de pegarle a un niño se ha excluido de la sociedad contemporánea, pero tal vez no se ha encontrado un reemplazo para su función socializadora, y eso es lo que intuye Tsiolkas como el problema de una generación que no se ama a sí misma, que desprecia toda autoridad y que solo en las adicciones es capaz de encontrar una identidad y un lugar propio. ¿Establecer límites? ¿La bofetada como modo de construcción del vínculo comunitario? No sé, no me arriesgaría a hacer ninguna valoración al respecto. Lo que sé es que al leer el libro de Tsiolkas uno queda con una respuesta después de ver el desenlace de lo que le da por imaginarse a la adolescente Connie:

"Héctor me violó" (p.206). Y trescientas páginas después:

"-Él no me violó -Connie susurraba con la barbilla casi tocando el pecho. No fue eso lo que ocurrió.

-Siento haberte mentido" (p.521).

Ya cada uno se hará sus propias ideas al respecto. 

Volviendo a la historia, este asunto de pegar a un niño o no, desata una polémica que permanece durante toda la novela (de un poco más de 500 páginas) y que va atravesando la historia de ocho personajes, los mismos que estuvieron en la celebración del cumpleaños de uno de ellos. Cada capítulo cuenta el presente de uno de los que estuvieron en la fiesta y presenciaron el grotesco incidente de la bofetada. La genialidad de Tsiolkas es que hace de ese acontecimiento aparentemente prosaico la radiografía que permite comprender el tejido invisible de una sociedad próspera económicamente, la australiana, en la que el trasfondo son los abusos, la violencia, las drogas, las relaciones enfermizas, la irresponsabilidad de unos padres permisivos, y en general, una sociedad poco preocupada por lo que ocurre con su inconsciencia mientras se ocupa de hacer dinero. Lo que muestra Tsiolkas es que lo que caracteriza al australiano es su xenofobia y su incapacidad para amar algo... algo que no sea su propio estilo de vida y sus ganas de comprar alguna tontería, un barco, un nuevo carro, una mujer, una cerveza, un viaje, por ejemplo. No pueden vivir sin comprar, eso queda claro. Siempre hemos sabido que lo único que sostiene este sistema económico inhumano es la propia representación que el sujeto hace de su lugar en la estructura: queriendo escalar es capaz de soportar toda humillación. Entonces, el libro de Tsiolkas quiere mostrar las fracturas, los puntos fallidos, el fantasma de esta sociedad en la que -lo recuerdo- a la gente le importa un bledo la política. Estamos en el reino del individualismo y del daño mental provocado por la alteridad.

La primera historia es la de Héctor quien está cumpliendo 42. Un tipo casado, con dos hijos, con una fantasía por una niña de dieciocho años, Connie, que es la asistente de su esposa y quien está locamente enamorada de él. No está de más recordar y afirmar que en esta historia todo el mundo tiene la autoestima por el piso, se odian a sí mismos y creen que son basura, es decir, es una historia realista. Héctor vive aburrido en su matrimonio insulso, en su vida predecible en la que lo único satisfactorio es tirarse un pedo mientras su mujer no se da cuenta. Héctor es un fracasado, sin duda, no quiere su vida y no hace nada para cambiarla. Por eso, como pasa en aquella gran película del 2013 que se llama Force Majeure, en la que un tipo se descarga y llora en el regazo de su esposa durante diez minutos, Héctor termina por demostrar el sin sentido en el que vive y el poco deseo que alguna vez tuvo de casarse y tener dos hijos, y lo hace desplomándose en un cuadro de depresión profunda. Es la incapacidad de mostrar los sentimientos, la castración del sí mismo, lo que lleva a Héctor a ese extremo. Esta necesidad que tenemos ahora de esconder lo que nos pasa, porque el mundo del trabajo nos ha enseñado a poner una buena cara a pesar de la desazón es lo que hace que Héctor colapse en un momento posterior de la novela. Pero es lo que marca la vida de los ocho personajes principales, la incapacidad de decir lo que realmente se siente, mostrar el trauma que el otro ha dejado, dejar el odio a un lado por medio de la confesión y sentir que en algún momento se puede perdonar. Pero esta sociedad australiana corroída por el individualismo, la xenofobia, la desconfianza, el abuso sexual, no es capaz de dar herramientas para que eso ocurra. Bueno sí las da, pero son de otra naturaleza: comprar, drogarse y volverse dependiente emocionalmente de alguien.

Pero la historia sigue y nos muestra la vida de Harry. Este fue el que le pegó al niño. Los papás de Hugo, el niño golpeado, lo demandan y comienza un dilema jurídico-moral acerca de si está bien o no castigar a un niño de esa manera. Por el final de la novela Tsiolkas le va a hacer un guiño a la idea de golpear al niño, es decir, va a sostener que lo que le falta a la generación de padres e hijos australianos es que haya un verdadero contacto familiar, una demostración de la importancia que tiene el hijo para el padre, y eso puede hacerse a través de una bofetada, ¿por qué no? Es posible que la hipersensibilización de la infancia esté provocando la formación de ese tipo de horribles criaturas a las que no se les puede decir un "no", o "estás equivocado", o "lo has hecho mal", porque al ocurrir eso entran en una profunda depresión. En mi experiencia como profesor algunas veces me encuentro con estudiantes paranoicos que frente a un mandato de autoridad reaccionan como si se tratara del peor de los crímenes. He visto en sus caras la frustración por tener que seguir una orden, o su ira porque han perdido, o sus ganas de llorar porque se ha demostrado que son unos vagos. Yo les digo: "es solo una materia, no la vida de la humanidad", pero ellos igual me desean la muerte o piensan cómo sería tirarse por la ventana del salón.

El siguiente capítulo es la vida de Anouk, quien es una escritora de historias para la televisión que vive insatisfecha con su trabajo y se plantea la posibilidad de tener un hijo en sus 39 años. Ella está de acuerdo con que le hayan pegado al niño. Después viene la historia de Rosie, la mamá de Hugo, amiga de Anouk y Aisha (esposa de Héctor). Es la vida de una mujer que solo se valida a sí misma en la medida en que logre satisfacer a un hombre con el que se ha casado y que se siente artista, pero que no hace nada para actualizar esa potencia. Existen este tipo de personas que sintiéndose dotados de un talento especial crean todo un contexto de vida, pero que en la realidad no hacen nada; no trabajan en función de su supuesto talento, no se dedican, no tienen una responsabilidad que hable de una coherencia entre el deseo y el hacer. Rosie entiende que su manera de agradar a los demás es a través de su belleza y siente así que es necesario acostarse con varios tipos en cualquier momento. Es lo que siempre le había servido desde niña. Pero por eso mismo es que sobreprotege a Hugo, porque en su propia experiencia infantil sus padres fueron descuidados y jamás validaron sus sentimientos, como cuando fue abusada por alguien y no pudo contárselo a nadie. Su postura es vehemente: pegarle a un niño es un crimen que debe ser castigado. No hacerlo significaría validar un mundo en el que los indefensos, un niño, por ejemplo, estarían a merced de los más fuertes, tal y como ella ha tenido que experimentar cada día en este mundo hecho por y para hombres que solo la buscan para poseerla.

Se cuentan también las historias de Manolis (que no me llamó la atención para nada), quien es el padre de Héctor. Después sigue la historia de Connie, la adolescente con la que tiene una aventura Héctor. Connie inventa que Héctor la ha violado y eso termina por ser un asunto relevante en el desarrollo de toda la trama. Justo cuando terminó la parrillada del primer día, Héctor, decide que es un poco arriesgado andar con esta chica, que además es la asistente de su esposa, así que le comunica que no va más. Para Connie lo importante es que alguien la proteja, estar con un hombre, si es mayor mejor, pero si es de su edad también, porque no aguanta la soledad en la que vive ni el sentimiento de culpa que guarda por la muerte de sus padres. Las drogas son una forma de afrontar el día a día en el que aparecen ideas en torno al futuro y lo que pasó con su familia. A diferencia de Rosie, el sexo no aparece como el vínculo más profundo y memorable que se puede tener con los demás seres humanos, sino como el instrumento con el que se puede hacer que los seres humanos actúen como uno quiere. Por cierto, el libro es pródigo en descripciones del momento en que hay algún encuentro sexual. Es uno de los talentos más destacados del autor, sin duda. La pobre autoestima de Connie la lleva a personificar alguien diferente a sí misma, solo con el propósito de que exista un ser ahí afuera que termine con esta soledad autoculpabilizante.

La historia de Aisha, la esposa de Héctor, está marcada por el cuestionamiento que ella perpetuamente se hace al estar con un hombre inmaduro y que se comporta todavía como un niño. Este es un tema recurrente en el último tiempo: el de la crisis de los cuarenta masculina, momento en el que los hombres comenzamos a recordar los momentos de excesos y libertad de los veintes, y entramos en un estado de melancolía por lo perdido. Queremos conseguir una veinteañera y volver a beber en exceso con los compañeros, armar una pelea, sentirnos deseados y no atascados en un trabajo insulso. Pero, aparentemente, según Tsiolkas, la crisis para las mujeres consiste en otra cosa: constatar que desde que están con el hombre que aman no han tenido un tiempo para sí mismas y no han logrado descubrir la propia autenticidad más allá de las imposiciones de poder simbólico de la pareja. Aisha decide serle infiel a Héctor entonces, porque así rememora el momento en que en sus veintes era deseada por muchos hombres y se sentía libre de estar y jugar con el que quisiera. Sin embargo, está enamorada de Héctor, piensa que es el hombre más hermoso sobre el planeta, y por esa razón está dispuesta a soportar las peleas cotidianas y la actitud infantil de su marido. No quiere dejarlo. Decide incluso adoptar la postura que Héctor tiene sobre pegarle a un niño. Tras defender en muchas ocasiones que está mal utilizar la violencia con un niño, y en especial si es Harry el que lo hace, el mismo que golpea a su mujer, cambia su perspectiva debido a que Héctor se lo pide. Ella está atada a él, no lo puede dejar, más allá de que detesta su forma de pensar y de ver el mundo. Héctor, mientras tanto, se consume en la tristeza de vivir y tener que soportar a una mujer que discute por cualquier tema y que es incapaz de comprender que la vida se basa es en lo inmediato y la espontaneidad. Los dos viven completamente infelices el uno con el otro, se detestan la mayor parte del tiempo, se agraden verbal y físicamente, pero continúan con la relación -no por los hijos- sino solo porque creen que no podrán encontrar a alguien más bello.

El libro termina con la historia de Richie, amigo de Connie, y quien cruza su existencia con varios de los personajes del libro. Es un joven homosexual que se va sintiendo cada vez más lejos de la sociedad, debido a que sus ideales de autorrealización parecen ser contradictorios con lo que piensa este mundo hipócrita. Las drogas están allí para salvarlo. Intenta suicidarse después de destapar la olla podrida de lo de Connie con Héctor, y así entiende que su existencia solo tiene significado para su madre, la misma que le da una bofetada por sacara a luz aquello de Héctor. Como su existencia no tiene más sentido que lo que su madre haga por él, está bien entonces consumir drogas que permitan crear un vínculo mínimo con sus amigos. Va a al Big Day Out del 2008, y mientras tocan The Killers, sabe y reconoce que ese será el único momento que podrá recordar con alegría de su juventud, observa cómo todo da vueltas, y cómo la gente de su edad es feliz saltando al ritmo de esa canción tan simple y monótona, mira el cielo azul de Melbourne en enero, siente cómo los rayos del sol delinean lo que será la única memoria que va querer conservar de su existencia sin sentido y mira a los ojos a su amiga Connie por varios segundos. Entiende que la vida es solo de instantes, que jamás existirá una relación intersubjetiva profunda, puesto que todos buscan su propio placer y punto, solo hay encuentros momentáneos y eso es todo. 

Y así termina el libro. Es recomendable para entender un poco los problemas que pueden resultar universales para la gente que llega a los cuarenta. Por otro lado, es bueno como modelo de escritura para quien quiere comenzar a escribir narrativa, pues, tiene una estructura sencilla y la voz es la de la tercera persona omnisciente (al mejor estilo de Flaubert), de ahí que pueda decirnos lo que piensa algún personaje en un momento determinado: "eres una basura, te quiero llevar a la cama". Los personajes están bien diseñados psicológicamente y no parecen caricaturas de Disney de los cincuentas como los de un Mendoza en el contexto colombiano. Fue pensado para ser llevado a la pantalla, por eso la descripción de los espacios está hecha de manera magistral. Los tiempos perfectamente utilizados, sin necesidad de explicaciones, se sabe que estamos en un presente continuo. La trama no es propia de una gran imaginación, o un thriller que nunca se resuelve; de hecho, el problema de la bofetada queda concluido en el tercer capítulo, pero es una manifestación típica del realismo en el que son los elementos escondidos de la realidad, el trauma, la falla, el fantasma, el olvido, la ideología, la memoria y el perdón los que terminan por ser objeto de una estructuración orgánica.

La novela también es una buena manera de adentrarse en el conocimiento de la idiosincrasia de los australianos. Pienso que, probablemente, una visión tan autocentrada e individualista sobre la vida es lo que Tsiolkas quiere hacer ver como el problema de cualquier australiano de hoy en día. Por eso, la apatía política y el sueño de ser estadounidenses, o la idea obsesiva de comprar un barco para ver los juegos artificiales en el puente el 31 de diciembre en Sídney, o la esperanza de que hay un sentido escondido al venir al tercer mundo vestido de shorts y chanclas, son todas fracturas de una sociedad que solo se sabe a sí misma desde el disfrute solitario que es propio de la racionalización del mundo de la vida que se debe heredar en el momento en que el PIB per cápita se convierte en uno de los más altos del mundo. Pero todo el problema tiene que ver, desde mi punto de vista, en que cuando esta gente hace una invitación para un asado en una casa, le toque a uno llevar sus propias cervezas.

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