Gadamer - Mis años de aprendizaje

¿Cómo es la vida de un filósofo? Tenemos por un lado la imagen de un Kant célibe, sobrio, lleno de hábitos extraños que le llevarían a ser el más destacado de los filósofos modernos. Por el otro, la del filósofo de excesos, practicante del amor libre, adicto a alguna droga, amante del alcohol y poseedor de un espíritu iconoclasta. En este último caso se puede recordar la vida sexual de Sartre, lo que se dice sobre Deleuze-Foucault (nunca lo he comprobado) y, cuando de derrumbar ídolos se trata, pues, por supuesto, se recuerda a Nietzsche.
Estos dos mismos extremos se pueden ver fácilmente representados en la academia filosófica en la que uno estudió o trabaja. En la de Antioquia llegué a dar unas clases justo cuando se había suicidado el profesor Carlos E. Restrepo, seguidor de Nietzsche, y por lo que he escuchado, poseedor de un ímpetu y de un histrionismo que dejaba en cada una de sus clases. En la Universidad de los Andes procuré hacerme discípulo de Carlos B. Gutiérrez, quien más allá de anécdotas que me contaba de tomar chicha vendida por Bavaria y de que le gustaba tirarse cuando gozaba de juventud en patines desde la Circunvalar para abajo, lo considero un representante del estilo de Kant: sobrio, concentrado en su labor.
Precisamente, Gadamer, quien es el objeto de este libro que estoy reseñando fue el maestro en Heidelberg del profesor Carlos B. La lectura de esta autobiografía que Gadamer escribió cuando tenía 75 años, permite entender que los filósofos se mueven más dentro de instituciones que les obligan a optar por determinados comportamientos y discursos, en vez de tratarse de sujetos privilegiados que pueden hacer un uso más amplio de la libertad. El filósofo iconoclasta siempre tiene sus límites, y el sobrio, no puede serlo tanto como para no entablar una relación con los compañeros. El caso de Karl Lowith, por ejemplo, quien era un rebelde, pero después de la guerra y en aras de conservar su trabajo terminó por escribir sobre Heidegger ("En él, el antiguo contestatario reconoció por primera vez el valor de la institución universitaria") . Y el mismo Heidegger que tras ganarse infinidad de enemigos por sus posturas nazis, tuvo que moderar ese discurso del campesino de la Selva Negra y hacerse entender del público que ahora le estaba haciendo un favor al ir a verlo. Nicolai Hartmann en su sobriedad y metodismo, solo tuvo una palabra para Heidegger cuando lo conoció: "¿Usted se viste de esa manera para dar sus clases?", pero igualmente terminó por admirarlo. El filósofo es un funcionario y Gadamer lo reconoce continuamente en su escrito, contando incluso cómo él debía mediar entre aquellos pensadores que causaban sensación mediática (como Adorno) y sus propios ideales filosóficos que iban en contravía.
Pero lo más destacado de la obra es que muestra el camino que tiene que recorrer un hombre en un país de tradición filosófica como Alemania para llegar a constituirse en un filósofo. Es una autobiografía de un filósofo, por ende, es una narración de formación; se trata de unos años de aprendizaje. En este recorrido, para Gadamer, fue central su encuentro con la figura excepcional de Heidegger: "Fue como si hubiera recibido una descarga eléctrica", dice. El libro podría leerse también como una apología a Heidegger porque recurrentemente, Gadamer, intenta defenderlo de los distintos ataques que ha recibido (menos el de nazismo) por parte de la tradición más conservadora de la filosofía que lo acusa de palabrería y giros retóricos sin nada de fondo (Carnap, Adorno). La defensa tiene que ver con el modo en que Heidegger asumió la filosofía, como un diálogo con toda la tradición y una revaluación de los problemas de los griegos clásicos. Para Gadamer eso es lo central en una formación de filosofía: reconocer la importancia de Aristóteles para todo el pensamiento posterior. De ahí que diga de sus estudiantes que buscaban analizar y criticar de entrada a Heidegger: "¿Cómo enseñarles que no hay que "comenzar" por Heidegger, sino por Aristóteles, si se quiere seguir el camino intelectual abierto por el primero?" Heidegger fue capaz de establecer una línea de continuidad en el pensamiento entre Aristóteles y él mismo, y eso fue lo que le resultó más impactante a Gadamer, pero también, por supuesto, como lo han dicho tantos, entre ellos Rafael Gutiérrez Girardot en nuestro contexto, el modo de expresar los conceptos de la filosofía de una manera tan viva y patética era lo propio del filósofo de la Selva Negra. Tenía un espíritu único, era una de esas personas que solo al presentarse en un lugar todo mundo sentía algo diferente, era un filósofo que era capaz de conectarse con los más jóvenes a través de las preguntas y de su violencia para enfrentar a los colegas neokantianos.
Pienso en Heidegger como un filósofo que vivía con toda el alma lo que decía, y que cuando escribía dejaba toda su capacidad psicológica inconsciente en eso que hacía. Me lo imagino escribiendo y mirando como si se tratara de capturar una presa, como si supiera que en su pluma se estaba definiendo el destino de todo Occidente.
Llama mucho la atención la manera en que Gadamer cuenta la elaboración de su obra magna "Verdad y método". Recurriendo a la frase de Horacio: "todo lo bueno se demora nueve años", cuenta el proceso de elaboración de su trabajo. En primer lugar, la hermenéutica partió de los trabajos de juventud de Heidegger (El informe Natorp) en el que se ontologizaba la ética aristótelica con el propósito de ofrecer una filosofía de la existencia que diera cuenta de la desazón que provocó la Gran Guerra. Después, echó mano de Dilthey y de su apriorización de la historia en un gesto inspirado en Kant, pero que toma a la historia como objeto ineludible de la filosofía. Esto último es algo que se encuentra en el quehacer de la filosofía alemana, el hecho de que siempre se debe partir de la historia para dar cuenta del concepto filosófico es el axioma de este modo de hacer filosofía. El existencialismo, por ejemplo, no se entendería si no es en el marco de las guerras mundiales que desorientaron a toda una sociedad, y en la que la filosofía existencial aparecía como un nuevo sentido de la práctica cotidiana, del amor, la amistad, la familia, etc. En tercer lugar, comenta Gadamer, que lo que quiso hacer con VyM fue explicar lo que el mismo Heidegger le transmitía en sus conversaciones: la posibilidad de remontarse a un texto escrito miles de años atrás que podía configurar el presente a través de la paticipación central en la producción de nuevas interpretaciones sobre lo que se es.
La filosofía se hace entre amigos, eso es algo que Gadamer muestra en varios pasajes (en la obra se dedican capítulos completos a hablar de los amigos con los que compartió: Rancke, Lowith, Jaspers, Nicolai Hartman, etc.). La filosofía selecciona a algunos para que puedan llegar a ubicarse en la senda abierta por un maestro, eso es lo que dice de haber tenido la fortuna de estar cerca a Heidegger. La filosofía depende inexorablemente de la institución universitaria, no hay momento en el que Gadamer considere otra opción. La filosofía se hace a partir de una oposición a algo y de una defensa de otra cosa, él se oponía a Adorno y defendía las ideas de Heidegger. Tal vez estos elementos no sean tan distintos a los que uno puede leer en cualquier otro lugar. Tampoco son muy diferentes a los que la sociología de la filosofía ha explicitado desde hace unas décadas. Pero verlos narrados por el propio filósofo resultan más ilutradores y llamativos, sin duda.
Gadamer, quien desde temprano se inspiró en la literatura, tiene dos apuntes que me resultaron memorables, en especial, para quien se considera o aspira a ser un filósofo:
Primero: Parafraseando a Nietzsche: "Desde hace mucho tiempo me he acostumbrado a que mi juicio favorable a los profesores de filosofía dependa de si son o no buenos filólogos".
Segundo: "Una escena en la mesa me causó profunda impresión. Al explicarme mi padre que las víctimas mortales del Titanic eran tantas como los habitantes de un pueblo grande, rechacé esa comparación despreciativamente diciendo: "Bah, solo un par de pueblerinos". Luego tuve que disculparme con la muchacha del servicio, que como es natural procedía del campo, una lección que nunca olvidé".
Lo primero se deja entender fácilamente. Lo segundo, se trata de la condición misma del filósofo que no es otra que su aspiración a la universalidad y el subsecuente olvido de lo particular, de los sujetos de carne y hueso. La lección que le dio el padre a Gadamer fue la de nunca olvidar que jamás será más importante el concepto (la comparación estadística de muertos) que la vivencia individual de cada uno (la del servicio), porque al final, lo que importa es eso: cada quien haciendo su vida. La historia tiene la función de dotarnos de ese particular ineludible para hacer la filosofía. Sería edificante si los filósofos de vez en cuando dijéramos alguna cosa partiendo del contexto histórico en el que nos posicionamos y desde el que tomamos los conceptos prestados.