Tomás Carrasquilla - Frutos de mi tierra

13.05.2020

Frutos de mi tierra (1896)

Hace poco en la Universidad Tecnológica de Pereira presentaron los resultados de una encuesta que desde los programas de literatura se hizo entre intelectuales, estudiantes, profesores, gente del mundo de la cultura acerca de las 200 obras literarias más importantes de nuestra historia como nación. Están todas. En entrevistas los promotores de la encuesta han enfatizado en la representatividad de la lista. Para dolor de algunos está Fernando González y su mediocridad de Viaje a pie, para alegría de mayorías La Vorágine es la que se encuentra en primer lugar, y así... así podemos seguir hablando de a quién se le dio gusto y a quién se lo maltrató con la ideología que hay detrás de la lista (¿por qué las mujeres no aparecen en los primeros lugares? ¿Por qué un autor costeño o antioqueño no está en el lugar que merece?). La lista en sí misma va y viene, importa lo mismo que la democracia para nuestros políticos, porque el hecho de hacer listas es parte de esa manía de jerarquizar que solo tiene como efecto real el hecho de que alguien quiera un carro último modelo o viajar a París (el lugar número uno que no debes dejar de visitar en tu vida), para eso se hacen jerarquías.

Ahora bien, un asunto que me llamó la atención en especial es que Frutos de mi tierra (1896) no aparece en el catálogo. No dio para estar entre las 200 obras literarias de los 200 años de Colombia. No hay que culpar a nadie porque el desconocimiento de la obra termina por verse reflejado en la popularidad de la misma; no hay que echarse a llorar por la injusta negación de la sacralización de una gran obra tampoco; no denunciemos la ignorancia de tanta gente que omitió algo tan grande, no les digamos miopes o provincianos. Por el contrario, hay que alegrarse que una obra tan importante, llena de tanta riqueza histórica, estética y política no haya sido trabajada por casi nadie. Es un mundo por descubrir. Y ahí está para los que se dedican a este campo (a esos dos o tres), para que propongan lecturas que no caigan en el impresionismo, en el reflejo o en la simple apología totalitaria, que dice que lo propio es lo bueno y lo extraño lo malo, y que por eso los paisas tienen que sentirse orgullosos de un señor que además se comportaba como cualquiera de nosotros porque usaba sombrero y tomaba aguardiente ("¡eso es digno de admirar!"). Como lo ha señalado Rafael Gutiérrez Girardot, la admiración que hay que sentir por Frutos de mi tierra radica en que se trata de la gran obra realista latinoamericana del siglo XIX en la que se da cuenta de las vicisitudes por las que pasaban esas sociedades que comenzaban a establecer una serie de vínculos a partir de la forma de la reificación capitalista y ya no más desde el mandato del catecismo y la hacienda. Si por algo hay que admirar a Frutos de mi tierra es por representar con tanta gracia la mezquindad que caracteriza a la clase media que pretende ascender un poquito más, por retratar la simulación como la condición de vida del habitante de Medellín, por hacer de lo grotesco lo más cercano a nosotros los colombianos. Por supuesto, por hacer ver su omisión en esta lista como la expresión de esos antivalores en la calidad intelectual de los profesores de nuestro contexto.

Pero hablemos de intelectuales interesantes. Antes de comenzar a hablar del libro, quiero recomendar los trabajos y esta entrevista (https://www.youtube.com/watch?v=Lj6y-wOIHT4&t=370s) del profesor Juan Guillermo Gómez García de la Universidad de Antioquia, quien fue el profesor que me dio a leer FdmT y es el responsable de despertar un interés en muchos por la obra de Tomás Carrasquilla. El profesor es un gran intelectual, que aparte de reunir los méritos académicos de rigor, también ha sido candidato político por el partido FARC. Un intelectual en el sentido clásico que le dio Zola, que Sartre quiso representar truncadamente y que Foucault percibió como destino necesario (pero innecesario para su Lebenswelt). A diferencia de un reaccionario como Fernando Vallejo, o de los profesores conservadores que he conocido en la academia filosófica (conservadores en el sentido del Manifiesto: gente temerosa de perder su posición), el profesor Juan Guillermo ha puesto al servicio de sus estudiantes y de sus lectores el arsenal teórico que lo formó en Alemania, pero bajo el referente de una necesidad de pensar a América Latina como totalidad y como el lugar obligado para realizar una transformación política democrática. No hay más qué decir. 

Como esto es una reseña, hay que señalar un par de cosas sobre el autor, el contexto, la narración y los personajes. Todos hemos oído hablar de Carrasquilla (1858-1940), de sus cuentos y de La Marquesa de Yolombó (1927), seguramente. Fue un tipo de clase acomodada que después perdió su dinero a causa de la introducción del valor de cambio dinero en Colombia por parte de Núñez y Caro, estudió en la de Antioquia Derecho (hizo el intento), era muy tomador de pelo y nació en un pueblo del centro de Antioquia llamado Santo Domingo. La obra se escribió en 1896 justo en medio de un ambiente de guerras civiles y justo antes de la de los mil días, pero también en el año de la Constitución conservadora de la Regeneración. El regionalismo era evidente por ese tiempo, el centro, Bogotá, representaba para la provincia el atraco, el olvido y el mundo de los burgueses y de la gente que viajaba a Europa a traer sus maneras, como ese José Presunción Silva. Medellín, o Antioquia mejor, era la tierra de nuevos ricos que lograban acumular en razón de las minas y del comercio. Y como pasa con todos los nuevos ricos, habían muchas ganas de dejar atrás los valores cristianos y tradicionales. Si ya se demostró que no por la ayuda de Dios, sino por el egoísmo y la avaricia es que uno sale adelante, para qué seguir con esas bobadas de curas y confesiones. 

La obra está divida en dos narraciones que atraviesan todos los capítulos. No es una división proporcional porque se dedica más espacio a una parte que a la otra. Lo que guía la narración es la historia de dos familias: los Alzate y los Escandón. En medio de todo esto hay una historia de amor que trae sus aires románticos, pero que sobre todo está ahí para burlarse de María de Jorge Isaacs, y claro, del ridículo romanticismo representado por Lord Byron. Hay una historia de amor truncado al estilo de Balzac en la que el interés termina por unir a dos mundos opuestos, pero al mismo tiempo termina por revelar la verdad: el centro Bogotá es para gente de mundo, Medellín es solo para montañeros sin aspiraciones cosmopolitas.

La familia Alzate es la de los nuevos ricos, gente grosera, desagradable, una gorda y un neurótico que son hermanos y que terminan por enterrar a la mamá que les dio el dinero para montar la tienda. La forma en que ellos agradecieron el gesto de la progenitora fue quitándole los zapatos antes de ser enterrada para después ponerlos en la vitrina en venta. La familia Escandón es la de una clase media tradicional de Medellín que entra en una espiral de nuevos acontecimientos en razón de la llegada de un joven caucano, Martín Gala, el típico personaje romántico que vive de las palabras y es incapaz de la acción. Es un intelectual de provincia que recita versos sin saber lo que significan y que aspira impresionar con esa novedad a las damiselas sumidas en la ignorancia. 

Como dice Rancière, la novela realista puede entenderse como la representación del fracaso de la razón instrumental, es decir, que el realismo se ha encargado de mostrar que aquel que utiliza a los otros como medios siempre termina muerto (Madame Bovary), pobre (Eugenia Grandet), encarcelado (Rojo y negro), exilado (Martín Rivas), etc. Pero ese no es el caso de Carrasquilla. Para él, el que usa al otro es el que termina venciendo. Por eso, introduce un personaje bogotano, César Pinto, joven, lleno de mañas del centro que termina por estafar a su tía, la fea Filomena. Mientras tanto, Filomena y Agustín, los dos hermanos, se aprovechan de su tercera hermana Belarmina para lograr incrementar su fortuna y despreciar a todo el que se atraviese. Acá la trama consiste en quién explota a quién y de qué manera se realiza el usufructo del sentimiento ingenuo del otro. Hay momentos de suspensión de la razón instrumental, pero eso solo ocurre cuando el amor rompe en la historia a través de su expresión romántica: "tu belleza no es posible comprarla con ninguna moneda". Pero de nuevo, el sentimiento se convierte en cosa que se intercambia, de ahí que César Pinto le diga a su tía que le pague para él amarla.

La historia de la familia Escandón gira alrededor del romance entre Pepa y Martín, un romance que comienza con la demostración de una apuesta por la liberación femenina, pero que termina de nuevo en la reconciliación de la mujer consigo misma a través de su adopción de la figura de enamorada y esposa. La cosificación es lo que termina por imponerse en todo momento. La gente prefiere el dinero a los valores tradicionales; ¡y listo!: si eso es lo que quieren, este mundo en transformación les da eso. 

Carraquilla muestra en estas páginas repletas de humor, el paso de una sociedad centrada en valores determinados desde el Vaticano a una sociedad que comienza a autoregularse según el ideal de Theodor Rooselvelt: "EL único hombre que nunca comete errores es el que nunca hace nada". La ética del trabajo y el lucro como la prueba del triunfo del bien sobre el mal, es lo que comienza por estos años a establecerse en Medellín. La gente dejará de entenderse desde la caridad hacia el otro, y comenzará a creer en la necesidad de dar trabajo al más pobre y de acumular en nombre de la urgencia de conformar una nación cimentada sobre los valores de la aristocracia. Pero sobre todo, la simulación, aparentar lo que no se es, aparece como el modo de subjetivación a la mano para cualquiera en medio de esta sociedad en tránsito hacia lo moderno.

En realidad, Carrasquilla muestra la contradicción de estos ideales híbridos, porque el provincianismo, la hacienda y esa idea vigente del colombiano de que "ese maldito yo" pertenece a la aristocracia por alguna impresión subjetiva, y que lo lleva a decir "usted no sabe quién soy yo", no es compatible con una visión liberal y democrática sobre la vida y sobre la relación con los otros. La modernidad no es solo acumulación de capital, presunción, viajes a Europa, ropa traída de París, saber comer a la manera de los duques, es también libertad, igualdad, y sobre todo, democracia. Esa es la lección que ni nuestra aristocracia ni nuestros nuevos ricos han aprendido nunca. Pero claro, el resto de nosotros tampoco porque como alguna vez me decía el profesor Juan Guillermo parafraseando a Karl Manheim: "no hay nadie que defienda más el estatus quo que el que está bien abajo y quiere estar un poquito arriba". Hay que leer Frutos una y otra vez.

Entrevista del profesor Juan Guillermo Gómez García sobre 200 años de la Carta de Jamaica. Muy recomendada para los que hicieron la lista: https://www.youtube.com/watch?v=g-50Yzs9UUs

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